12 de agosto de 2008

La Palabra en el Espejo

Por José Enrique Saucedo


Presentación del libro El vampiro del Río Grande
de Roberto De la Torre Hurtado
en la Casa de la Cultura de Monterrey, Nuevo León.

Comentar la obra El vampiro del Río Grande es pensar en la oralidad como recurso literario, y hablar de oralidad es recordar al pueblo y su cultura. El pueblo es aquello en lo que la gente cree, los regiones que habita, lo que escucha, los miedos que lo acosan, lo que recuerda, lo que inventa, lo que trasmite, lo que piensa, lo que habla y lo que hereda. Por eso nuestro pueblo es la llorona, las barridas, los aparecidos, la valentía, el culto a la muerte, el rencor, nuestra tendencia a dramatizar, el machismo, el sentimiento, la envidia, el patriotismo, el rumor, la generosidad y aquellos valores que nos identifican y que, de alguna manera, se encuentran reflejados en El vampiro del Río Grande. La oralidad en la literatura desde siempre, el baúl de la memoria, el puente que nos invita a cruzar la realidad posible, e incluso, ir más allá del texto mismo; una forma verbal que nos permite viajar a través del tiempo y declarar nuestra identidad desde la riqueza y el atrevimiento de lo espontáneo, de lo increíble pero verosímil.

La oralidad es un juego, pero es también el mejor recurso para preservar a los personajes anónimos y representativos del folklore de la cotidianeidad y aquellos pasajes que recurrentemente los marcan, de tal manera que terminaran por convertirse en tradición, en mito. Sin embargo, esa misma oralidad nos recuerda que la palabra es frágil y huidiza, por eso la palabra recurre a la escritura como medio para ampararse del abandono, para retar al olvido, haciendo de la literatura el espejo donde nos observarnos, no sólo como individuos, sino esencialmente, como parte de una colectividad que crea sus propias alegorías y rituales, entonces la literatura se convierte en la memoria viva del universo.

En El vampiro del Río Grande, a través de su narrativa, Roberto de la Torre Hurtado se define como escritor de la oralidad; sus relatos abrevan en las leyendas de la región fronteriza donde creció y se hizo seguidor de la palabra, su texto es una conversación con sus miedos y sus fantasmas, un diálogo con los otros y consigo mismo, la descripción de una tradición a la que recurre para construir sus cuentos. Así la obra, hace referencia a lugares comunes y conocidos como Valle Hermoso, Linares, Torreón, Saltillo, Monterrey y otras ciudades fronterizas, pero sobre todo, nos lleva a reconocer los terrenos abrazados al Río Grande de Estados Unidos , y al Río Bravo mexicano, el de nuestros inmigrantes, el caudal que seduce, que da esperanza y la quita, que reúne fronteras pero limita culturas, que da vida, pero que también la quita, que salva familias y las separa, un caudal anecdótico que se constituye en uno de los centros integradores de este libro, y fuente de la que manan muchos de los personajes y los argumentos recreados por nuestro autor.

En trece relatos, Roberto nos cuenta de las luces que flotan sobre el río, de los espejos que roban el alma, de brujas que maldicen, de mujeres que hacen pacto con el diablo, de hombres que se transforman en lobos, de muertos y muertas que regresan en busca de venganza, de madrinas revividas que conservan sus ataúdes como trofeos ganados en la lucha contra la muerte, de barridas con albaca y pirul, de fantásticos viajes infantiles realizados a luz de la luna y de finales inesperados; pasajes que, si bien forman parte del horizonte mítico popular, también reflejan sus propias creencias y temores. En una entrevista publicada en la revista The Collegian Online de la Universidad de Texas en Brownsville, el autor declara: “Escribí el libro para conservar los miedos, fantasmas y vampiros en los que creí cuando era niño. No es justo que yo me olvide de eso si me hicieron sufrir tanto, y la mejor forma es empezar a escribir sobre eso”.

Narrados en primera persona, la mayoría de los cuentos expresan el origen del autor, “El Río Bravo siempre ejerció un magnetismo en mí, a pesar de las historias que se contaban que iban desde la aparición de naguales en las noches de Luna llena, hasta el llanto de la Llorona que tanto atemorizaba a los habitantes de la frontera”; sus creencias religiosas, “Un sudor frío recorrió mi frente y el padre nuestro apareció en mis labios”; las raíces familiares, “Mis abuelos maternos eran zacatecanos, pero decididos a probar suerte en la siembra de algodón se vinieron a la frontera”; sus fantasías, “Por la noche le conté mi sueño, pero según él era imposible, porque la víboras no se salen de los sueños”; y sus miedos, “Mi cuerpo temblaba y un sudor frío impregnaba mi piel, por más que intentaba levantarme, no podía. Una fuerza extraña me sujetaba a la cama”. Así, a la manera de narradores como el saltillense, Jesús de León, que hace algún tiempo presentó un libro también relacionado con la tradición oral llamado Historias de la sierra, y de la tamaulipeca Isabel Contreras quien acaba de publicar Tradición oral, mitos y leyendas de Tamaulipas, Roberto De la Torre nos brinda un muestra más del paisaje cultural norestense mediante un lenguaje llano, templado y fluido que permite abordar el texto con bastante amenidad.

El resultado, nos muestra a un escritor que formula una propuesta literaria basada en la idea de que la escritura y el habla son las dos caras de la narración que se vinculan entre sí para dar vida a los sucesos extraordinarios de un pueblo. Para fundamentar esta idea vale decir que Roberto de la Torre, es un extraordinario conversador, que apasionado y con cualquier pretexto comparte ideas, lecturas y críticas sobre el mundo de la literatura, conversaciones en las que nos habla acerca de su propia creación: “No es mi idea recurrir al lenguaje rebuscado o las tramas complejas para hacer literatura, me gusta el lenguaje sencillo y contundente, pretendo que mis historias sean atractivas para el lector”, dice. Esta postura describe fielmente el libro que hoy presentamos; una obra que “sin grandes pretensiones literarias”, logra paradójicamente cautivar a sus lectores. Si se parte de esta consideración, es factible imaginar que el producto creativo es un ejercicio del todo consciente y no producto del azar ni consecuencia de la pretendida humildad de nuestro cuentista; más bien representa un ardid, ya que la sencillez en el discurso literario no es pretensión fácil de alcanzar. Así, entre el lenguaje accesible para los lectores y las tramas intencionadamente lineales sobre las que se erigen los cuentos, subyace el capital narrativo de un buen contador de historias; además, son precisamente el lenguaje franco y las secuencias narrativas bien armadas, la mejores virtudes de este creador, virtudes que nos permiten encontrar el fondo y la forma de su estilo, un fondo cifrado en la tradición oral y un estilo estructurado desde la tensión y la emoción natural del cuento que no necesita de más argumentos para cautivar. Dice Vicente Huidobro en sus teorías y comentarios sobre la obra breve: “el verdadero disfrute, luego de escribir, está en prescindir de las palabras que sepultan una historia”; también lo afirma Augusto Monterroso “Palabras que no dan vida, matan”.

Pecatas minutas tiene el libro, particularidades que dejamos a consideración del autor y del lector. Sobre todo porque que estas páginas son desde ahora nuestras. La más significativa, es el orden de aparición de los cuentos. Después de leer “Aventuras en el Río” y “De muertos y aparecidos”, dos logradas tramas narrativas, se llega a la conclusión de que éstas tienen el peso ideal para abrir el concierto cuentístico; sin embargo y como descargo, la decisión del autor permite ir de menos a más, hecho gratificante para los lectores que una vez empezado un libro se niegan a abandonarlo. Aquí quedan a su disposición trece relatos, otro itinerario que nos ayudara a comprender lo que somos y en que creemos, una realidad misteriosa que desea ser descubierta, algunas historias reconocidas y reinventadas, la palabra y su reflejo, soledad de papel donde se expone Roberto, un escritor que apuesta al texto escrito porque sabe que finalmente la literatura es el espejo del mundo, y la palabra, el rostro donde nos reconocemos.



José Enrique Saucedo Tovar es originario de Monterrey, N. L. Maestro en Lengua y Literatura Españolas con estudios de doctorado en Filología Hispánica Contemporánea en la UIB de España. Publica textos narrativos en diversos periódicos y revistas. Autor del libro La otra ciudad (2005), donde reúne textos narrativos y poéticos.