23 de septiembre de 2009

Operación Sor Juana




OPERACIÓN SOR JUANA

El objetivo era cumplir. Cumplir con uno mismo y con el compromiso adquirido: cumplir como profesional, como intelectual, dando voz a los que no tienen, o a aquéllos que no se alcanzan a escuchar porque su voz es débil y carece de la fuerza de la razón o de la legalidad. Ésta era la disyuntiva. Aquel sillón de escritorio sabía de ayunos y de sobresaltos, de meditaciones y de intrigas. Ah, si hablara aclararía dudas y delataría complicidades. El quehacer era así: a veces persistía una opulencia de ideas y a veces se divagaba por pasillos interminables buscando la ilación y la descomposición diacronada. Las palabras, prolíferas a veces, escuetas la mayor parte del tiempo, recababan imágenes de hechos presenciados a través del tiempo y de los medios. El ocupante discurría vehículos y formularios intentando presentar cierta verosimilitud. Además, se trataba de cumplir con la vocación y desarrollar el ámbito laboral dando frutos que se conjuntaran en haberes que a la postre darían fe del desarrollo en su campo de acción.

El área era inclemente: o desarrollarse… o morir. ¡Qué disyuntiva! ¿Disyuntiva? Como paisano, no se echaría atrás en su corresponsabilidad; como intelectual, jamás podría justificar un paso vacilante ante el asedio; como trabajo de campo, sería un fruto agridulce que ni saciaría sedes, ni satisfaría razones. Sintiendo el deber latir en el pecho, recorrió el ámbito, y nuevamente se evidenció que los hechos eran estremecedores. No podía, no debía callar. Melitón Rosales se acercó a la mesa de trabajo y cogió la pluma… Al cabo de un período breve, se perfiló un posible título que llevaría una carga emocional implícita. Sí, se titularía, “X día”, y llevaría un epígrafe de Jorge Ramos que capturaría el dramatismo vivido. Se enfrascó en la lucha con las ideas. Al cabo de algún tiempo, empezó a releer el manuscrito que se titulaba, X. D. I. A. El epígrafe rezaba:

“Nunca había visto como muere un ahogado. Aún tengo grabada en la mente la enorme burbuja que salió por la boca de ese cuerpo inerte, flotante, llevado por la corriente.” Jorge Ramos

Una radio anónima dejaba escuchar una melodía en el trasfondo que decía:

Tal vez en mi tierra no se den las cosas como yo quisiera.
Por eso mi hermano, norteamericano, crucé la frontera...”

De repente se interrumpe el programa de radio y la melodía titulada “Lejos de mi tierra” con Vicente Fernández para dar paso a la voz del locutor que irrumpe en las ondas sonoras con: “Están Uds. escuchando la radiodifusora X. D. I. A. Sí, x-día, la Superestación del Valle, que les ofrece su acostumbrado programa Serenata Norteña con su servidor y amigo Claudio Sorpresas, su locutor favorito. Estimados amigos, hacemos este breve corte en la programación para informarles de la noticia que aparece en la edición del diario La Voz de la Frontera que nos narra los últimos segundos de dos vidas. Sí, dos vidas que fueron cortadas de tajo por las turbulencias del Río Bravo al intentar cruzar a nado...”

En el trasfondo se continuaba escuchando la melodía:

“Salí de mi patria dejándolo todo porque fue preciso.
Pero habrás notado, nada me he robado de tu paraíso...”


*

—Es que con eso no es suficiente, patrón. Se necesita por lo menos que ofrezca un poco más… de perdida unos 200 varos a cada uno.

—Pos tú dirás si los tomas o los dejas… No… hay… más. ¿Cuándo te habían ofrecido tanto? ¿Y por eso? Yo que tú, ni lo pensaba…


*

—¿Cómo la ves, aquí? Mmmmm… Nos la rifamos —inquirió Zacarías.

No hubo respuesta. Sólo se escuchaba el ininterrumpido chillar de las chicharras que daban el tono musical acorde al medio ambiente de las orillas del Bravo. El largo silencio finalmente fue interrumpido por Aquiles.

—Pos, no le aunque, que al cabo hay con que. Ya le estamos dando camarada. Aunque, como quiera, ta’cas, no.

Zacarías lo escuchó como si estuviera lejos de allí. Se veía preocupado mirando la corriente del río que arrastraba algunas ramas y la acostumbrada yerba acuática que a veces proliferaba más de la cuenta y presentaba otro peligro adicional. Pero, la realidad es que ya estaban allí. Ni para dónde hacerse. El viaje había sido muy difícil. Finalmente, hasta habían perdido todas sus pertenencias; así que caviló, “pa’ tras, ni pensarlo”. ¿Con qué le iban a salir a sus familias que se habían quedado con las esperanza de retirar periódicamente un dinerito de la cuenta que habían abierto en el Banco del Sureste, en cuya sucursal los habían atendido tan bien? Hasta habían salido muy contentos porque la familia iba a recibir sus envíos en menos de dos días hábiles. Y sólo les cobrarían el 25% por gastos y comisiones. Así no habría lío con que se perdía el dinero, o que el enviado se desaparecía con todo y lana como les había sucedido en otras ocasiones. Realmente, no había mucho que pensarle; sólo se trataba de no darse mucho a ver hasta que diera la hora para intentar vadear la corriente, una vez que se separara la patrulla de la zona. A las 12 y media sabían que cambiaban turno, y se iban a comer. Así que sólo era cuestión de tiempo.

A eso de las doce, Aquiles y Zacarías se acercaron al río con mucho cuidado. Se escondieron entre la jarilla para que no los viera la policía. Si no, les iban a preguntar que qué andaban haciendo por la ribera. Hasta los podrían confundir con asaltantes, como los que les robaron todo lo que traían. Tenían que cuidarse de la autoridad del lado mexicano también. Si no, se las iban a hacer “de tos” y a lo mejor hasta a la cárcel iban a parar.

Sin embargo, una vez que se acercaron a la orilla les empezó a entrar el miedo porque la corriente se veía más traicionera, y el vado, más alto que de costumbre. No, si hasta daban ganas de pensarlo un poco más. De perdida, investigar si río abajo estaría menos alta la corriente. ¡Qué compromiso! No sabían nadar, y les habían dicho que río abajo hasta alcanzarían fondo y podrían caminar con algunas precauciones.

En eso estaban, cuando al verificar la hora, Aquiles se dio cuenta que el reloj parecía apresurar sus manecillas para dar fin a la espera. Mientras más se acercaba la hora, más le daban ganas de rajarse a Zaca pero no quería que Aquiles se diera cuenta, para que después no lo fuera a relajar con el cuento de que honraba muy seguido su nombre. Esperaba más bien que a éste le cupiera la prudencia para él no dejar ver sus temores. Pero el reloj seguía su marcha, y los segundos apresuraban su paso como si quisieran alcanzarse los unos a los otros. Casi hasta se podía oír el tic-tac anunciando su destino…


*

—Oiga, Sr. Pereda, yo creo que con ésta sí le van a dar cuando menos un reconocimiento del gobierno del estado. No cualquiera se atreve a realizar estas filmaciones tan arriesgadas. De seguro ni va a tener competencia y quien quita que ahora que están tan de moda los premios nacionales hasta allá se pueda colar con uno. También con esto va a subir en el escalafón, y todos hasta lo van a mirar diferente, ¿no cree?

El oficial del noticiero ambulante no contestaba porque estaba pensando en el que iba a ser su reportaje principal aquel 5 de junio.

—A lo mejor hasta le toman la noticia en la capital y después lo mantienen como corresponsal de esta frontera. Entonces ya la hicimos… verdad, señor Pereda —continuaba comentando el camarógrafo de la estación local.

—Oiga, y el reportaje sobre lo insalobre del laguito también va a llegar muy lejos, ahora verá. ¿Pos’ cómo le hará usted para calcular que el envío tenga impacto, oiga?

Por fin se dignó a contestar el corresponsal dando la siguiente aclaración:

—Gajes del oficio Perico, ga-jes del o-fi-cio —y volvió a su ensimismamiento.


*

Mientras tanto, en el aire, la voz del locutor, Claudio Sorpresas, con el trasfondo musical, continuaba narrando la noticia:

“Pues sí, señores, como les iba diciendo, La Voz de la Frontera, diario de la tarde, en su edición del 6 de junio del año en curso nos presenta el siguiente reportaje: Cámaras de la televisión local captaron los últimos minutos de las vidas de dos connacionales que intentaban conseguir el sueño americano. Ante elementos de la Patrulla Fronteriza Norteamericana y Agentes del Grupo Omega, que patrullan ambos lados del río, se pudieron ver los esfuerzos desesperados de Aquiles Cervantes y Zacarías Candela, del estado de Michoacán, que después de intentar llegar al lado norte del Río Bravo, quisieron regresar al lado mexicano al percatarse de la llegada de un vehículo de la Patrulla Fronteriza. La corriente traicionera del río y su inexperiencia en nadar con corrientes fuertes inhabilitaron su esfuerzo y quedaron a merced de los remolinos. Pudimos presenciar cómo se hundió uno de ellos y luego, a los pocos metros, el otro, intentando salvar a su compañero, también desapareció en las turbias aguas. Doce horas más tarde flotaron los cuerpos río abajo en un sitio conocido como La Esperanza. Las cámaras del canal de televisión local que realizaban su acostumbrado recorrido en pos de la noticia lograron captar la escena con todo el dramatismo del infortunio. Al ser rescatados los cuerpos se percataron que lo único que traían los occisos en la bolsa del pantalón era un billete de 200 pesos.

Como trasfondo de la noticia, se seguía escuchando la melodía:

Yo en nada te ofendo cuando te propongo mi trabajo honrado.
Lo poco que tengo, ante Dios lo juro, que me lo he ganado.
Ya bastante sufro con vivir tan solo lejos de mi gente.
¡No se me hace justo que hasta me persigas como a un delincuente!


*

Al apreciar el último trazo, dio un suspiro profundo, sintió que empezaba a liberarse de un desgarramiento que se le atoraba en el pecho. Se aflojó el cuello de la corbata y se dispuso a servirse otra taza de café. El período catártico daba inicio. Había dado forma a los hechos. Verificaría la puntuación y la ortografía. Revisaría la secuencia temporal. Dando un suspiro de satisfacción, se dispuso a cotejar el orden del día institucional con su agenda personal. Dejó el café al amparo de su escritorio y salió rumbo al salón de clase. Ese día se trataría el tema de los derechos humanos en el marco de las relaciones internacionales dentro del ámbito del Tratado de Libre Comercio y las múltiples aportaciones de los inmigrantes al bienestar de los pueblos.

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Juan Antonio González-Cantú es originario de H. Matamoros. Profesor en UTB/TSC, editor de la revista literaria Novosantanderino, pertence al Ateneo Literario José Arrese. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Texas Arts & Industries de Kingsville, Texas, donde obtuvo su grado de maestría. Su obra de creación en las modalidades de poesía y cuento, así como ensayos literarios, aparecen en las revistas A Quien Corresponda, Borders Review, Caligrafías, Gaceta Literaria, Cien Pies, Hybrido, Lucero, Novosantanderino, Voces y Puentes. Itineransias (2008) reúne sus primeros textos poéticos.