12 de diciembre de 2009

De Mi Vena Encendida


MARISOL VERA GUERRA (Cd. Madero, Tamaulipas, 1978). Licenciada en psicología. Autora del libro de poemas Tiempo sin orillas (Voces de Barlovento, 2009) y de la plaquette Crónica del silencio (Letras de Pasto Verde, Colección El Celta Miserable, 2009). Obra poética incluida en dos antologías: Perros de agua, nuevas voces desde el sur de Tamaulipas (R. Ayuntamiento de Tampico; Miguel Ángel Porrúa, 2007) y Seis alaridos (Voces de Barlovento, 2005). Ha publicado poesía y ensayo en diversas revistas literarias, entre ellas Punto de Partida (Universidad Nacional Autónoma de México, 2009) y Mar con soroche, revista de poesía y otras escrituras del entre acá, (Intemperie Ediciones, Santiago /La Paz, 2007). De 2006 a 2008 editó, con Carlos del Castillo, la revista de arte y cultura Anábasis, profundidad infinita, proyecto becado por el ITCA a través del Consejo Ciudadano para el Desarrollo Cultural de Tampico (2008). Ha escrito guiones para teatro (dramas poéticos): Lilith o el juicio de la serpiente, Fotografía sin luz y La caricia de los tulipanes. Ha publicado ensayo y poesía en los suplementos culturales “Ojo de Cíclope”, en el Expreso de Ciudad Victoria, y “Colectivo 3”, en El Eco del Mante, de Ciudad Mante, Tamaulipas. Actualmente es columnista de La Razón, con la entrega semanal “Páginas de Tierra”.



MEMORIAL DE INOCENCIA

Florece de mi tallo, de mi vena encendida,
la voz de mis abuelos.
Invento la mano, el vientre, la sonrisa.
                                    Música de nombres.
El faldellín de cerros pulsa una mirada antigua.
Papatla, metate y maíz, viven aquí.
Zapotes tiernos como mujeres asoleadas,
caminos olorosos a esperanza y sudor.
La hoja de inocencia corta instantes de ceniza,
manecilla sin reloj.
                Mi madre hundida en su silencio
                zurce un corazón efebo.
                Mi abuela, teñida de viudez,
                amasa trovas en la tarde incandescente.
El aire se me va en mirar tejados,
                                          lamer despojos.
El alma se me encorva
de tanto arriar memorias en el viento.
Renace de mi piel, de mi sueño, de mi boca
—lenta oscuridad que come las raíces—,
el rostro que fui antes de nacer.



ESE HÚMEDO PARAÍSO

Ese húmedo paraíso del que brotamos
en alguna hora caída,
nos calcina los ojos,
llamarada en la nieve.

En el rostro del ciprés,
sombra que lame nuestro cuerpo,
boca deshabitada del silencio,
ahí, mariposa líquida, hierve la nostalgia.

En gorjeos de la selva,
crepitar de luces bajo el agua,
tambor lluvioso del verano,
lamento tristísimo, canta.

Esa cálida inocencia en que placimos
ajenos, desnudos como un Sol,
retorna cada noche,
fantasma con alas de sueño.



EL ARROYO AZUL

El arroyo azul, madre, corazón de agua
en piélagos de junio, está seco;
lecho triste a mitad de las piedras.

¿Recuerdas el murmurio zafiro
donde reían tus carnes mozas?
Eran años verdes y redondos
de niños desnudos:
colibríes danzantes con astillas de Sol.

El tiempo —segador de historias—
arrancó cabelleras de un tajo
al Paraíso.

El arroyo azul, madre, donde pájaros de jade
florecían en mayo y muchachas de trigo
lavaban ropa, está seco.

Un muñón, alguna larva, un viejo charco,
lloran lágrimas de polvo y sed, arena sombría,
cauce desierto de musgo huraño,
negrura de juncos y espinas.
El arroyo azul con sombrero de algas,
regazo de estrellas donde tus manos eran peces
y las noches flotaban con traje de Luna,
el arroyo azul, tu arroyo fresco, madre,
arroyo virgen, terso, efebo…
                                     está seco.