15 de diciembre de 2017

Algo sobre Partituras de insomnio

Algo sobre Partituras de insomnio (ALJA Ediciones, 2016) de Ramiro Rodríguez

Por Elías David.

Conocemos a Ramiro Rodríguez el maestro, el editor y el poeta. A veces lo conocemos solamente en una de estas tres funciones que desempeña, pero si queremos conocerlo en las tres al mismo tiempo, Partituras de insomnio/ Scores from Insomnia es una excelente forma para hacerlo, para conocer sus inquietudes, sus desvelos, su pensamiento poético y las influencias que le han enseñado a dominar su orfebrería. 

Como si en la noche se convirtiera, Ramiro explora con una mirada inquisitiva, observadora de los restos del día, las relaciones que durante éste se trazan, el amor, la pareja, la ciudad, la creación poética. Si de algo va a servir el insomnio será para recuperarse a uno mismo tras las responsabilidades, la jornada que tanto ayuda a subsistir como sofoca con su calor solar, su viento marino, sus calles. Pero todo esto es herramienta poética. Wittgenstein decía que no hay mundo sin lenguaje; Ramiro Rodríguez tiene tanto mundo como su maestría le permite dominar el idioma para retratar la noche, no está quieto en un solo lugar; él, como noche, mira toda la noche, o toda una ciudad, para no sonar extremista; sus ciudades, las que él conoce, en las que habita y lo habitan a él. 

Partituras de insomnio/ Scores from Insomnia es un libro conformado por tres poemas; en el primero, titulado "Espejos", Ramiro explora su noche, su casa, su cuerpo hecho de dos a veces, se alcanza a ver una influencia de Paz y su libro Ladera Este, por su forma de abordar el erotismo, por ejemplo: “Bajas como deidad / sin labios ni lengua (deidad en la memoria / de eventos pasados) a un territorio poblado / de moluscos: por conjuro, baja la marea”. Y en “Se deletrea tu nombre en la arena, / embarcación que navega en favor del viento, / tu nombre de semillas y de polvo, / pezones incrustados en la brisa, / labios que se rompen en la ferocidad de la marea. / La sal (llovizna en el oleaje, / vaho en la memoria)”. Ramiro nombra al amor sin miedo, en tiempos donde se busca dejar de ver el cuerpo femenino como un objeto, él objetifica al amor, no a la mujer, su cuerpo del deseo es el amor vuelto mujer sin buscar otras palabras más que las que sus ojos ven, porque en la oscuridad de la noche, el amor nos hace ver todo un mundo o todo el mundo es el amor resumido en una sola noche, en un solo cuerpo luego traducido a los versos que lo volverán eterno. 

El segundo poema, "Urbano", como su nombre lo dice, es un paseo por la ciudad de noche, los fantasmas del día, los restos del pulso citadino, las calles solitarias, las paredes con ecos escritos como pruebas de que entre esas cuadras vive gente, que bajo esas palmeras los pasos resuenan aún y hay un ojo, una mirada que los retrata, los interpreta, e incluso la diagnostica (a la ciudad), le dicta su enfermedad, enferma de soledad, de hipertensión, de falta de poesía, pero para eso existen autores como Ramiro Rodríguez, para curarla con textos donde el ciudadano de a pie se identifique y, quizá, se autorrecete unas buenas dosis de poesía, de literatura, de sensibilidad. 

El tercer poema, "Nociones de insomnio", acaso pelea con el primero para volverse el más íntimo del libro, pero le gana con versos como los siguientes: “El dinero / en mis bolsillos no es suficiente / para comprar heces / de creatividad. / Noción de comercio. / Para encontrar / la revelación en tu cuerpo / de diosas, no hacen falta monedas / en mis bolsillos, / sólo palabras”. Cómo el poeta dice no poder encontrar palabras, cómo llega a la imposibilidad que a veces asalta al autor para retratar con el lenguaje, pero al mismo tiempo menciona este ciclo eterno de escritura e impotencia de lograr la captura de la musa en versos. No halla palabras, ni comprándolas, pero no necesita dinero, la necesita a ella a quien le basta con palabras para encontrarla, las mismas palabras que no halla ni comprándolas. Acaso la realización del poema se ha hecho carne y hueso y camina a su lado, por eso ya no es poema, sino verbo hecho carne. 

Quien haya leído a Ramiro Rodríguez sabe lo que va a encontrar en sus versos, sus metáforas, sus recursos literarios a los que dobla y desdobla a placer; quien lo haya leído antes sabe que en un libro de Ramiro Rodríguez confluyen el maestro, el editor y el poeta. Porque no son versos tirados al azar, son frases estructuradas, vocabulario elegido con pinzas, imágenes podadas a la perfección para decir lo que se quiere, o hacer sentir lo que se busca hacer sentir. Nada se pierde en sus versos, nada sobra, solamente se añade lo que el lector encuentre desde esa íntima y personal forma que tiene la poesía de significar algo único para cada quien: La lectura. 

30 de noviembre de 2017

Prólogo de Lascivia

Prólogo

“Universos encendidos por la copulación de insectos”, dice un verso de Lascivia, del poeta tamaulipeco Ramiro Rodríguez. No es una imagen aislada. El libro todo es una explosión; es decir, la materia poética de este libro es el acto erótico activo, como un volcán que arroja lava. El tiempo verbal que predomina es el presente, en el que dioses, humanos y animales, forman parte de un todo animado por el deseo inapagable, por el instinto. En un verso de primera, el poeta expresa:

“El alma vibra cuando el viento lame”.

“Bestias en celo”, “pájaros con alas abiertas”, “gacelas desoladas”, lenguas sedientas, cuerpos olorosos, ácida toronja y dioses mitológicos, no permiten el descanso, la inercia. El mundo respira gracias a la fricción entre dos piedras. 

Pero quizá el rasgo más importante de este poemario es su temperatura, como lo ilustra muy bien el siguiente verso, también de gran calidad:

“Nos elevamos como vapor ardiente”.

El miembro viril erecto, la espada encendida, el árbol erguido, la rígida estatua, el pájaro en alto vuelo, refuerzan la idea del momento previo al acto. No hay nostalgia ni tristeza posterior al acto.

Otro aspecto que me llama la atención es la materia, con frecuencia pegajosa, como la sangre y la saliva, que de algún modo se conecta con el Neruda de Residencia en la tierra, por su humedad profunda y olorosa. En cambio, la muerte y la proliferación de los insectos nos remiten a ciertos lienzos de Salvador Dalí y al cine de Luis Buñuel.

Con Lascivia, Ramiro Rodríguez nos entrega una poesía poderosa, que de seguro hará arder al lector que se le acerque.

Héctor Carreto, septiembre de 2013.

18 de noviembre de 2017

El vuelo momentáneo


Santiago Daydí-Tolson (Chile, 1943), ha vivido en los EE. UU. desde la década de los sesenta. Es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Kansas y actualmente, después de enseñar en las universidades de Fordham, Virginia y Wisconsin-Milwaukee, de la que es profesor emérito, es catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Texas en San Antonio. Autor de Insectarium (ALJA Ediciones, 2014), Under The Walnut Tree (Mediaisla, 2014), La lira de la ira and Some Irate Lyrics (Bilingual Press, 2015) y El cuaderno de don Baruj (ALJA Ediciones, 2017).



Insectarium

Tras el cristal, definitivamente detenidos,
simulan en el gesto inútil su fugaz ajetreo:
el vuelo momentáneo, el arañazo, la carrera
de patitas raudas y filudas como estos alfileres
que a cada uno empalan en su silencio,
en su quebrada presencia 
de lo vivo que agitó y es ahora objeto. Lo quieto.
No hubo quietud, no pudo haberla.
Sólo en la vitrina —estéril monumento— hay calma,
sólo en el vuelo simulado, en el mentido movimiento
de saltar, en el pobremente 
simulado vibrar en el acecho.
Pudor del exhibido a toda luz, el hurgador de sombras.
La mariposa, al menos, se supo hermosa,
hermoso el coruscante escarabajo, el escondido
joyel del excremento, puñado de ágatas,
pedregal de cucarachas, escamas del silencio.
Callan las cigarras y el vibrato del grillo es sólo 
imaginario. Imaginaria la luna 
que lo alumbra todo sin calor,
precisa luz de lo exhibido, la científica luz
del microscopio —pinza y bisturí—
que hurga en lo vivo de lo ya muerto. 
Meticulosa morgue del conocimiento.
Ya el moscardón no se da de cabezazos
contra el cristal del imposible afuera:
trizado el ojo en mil pedazos no ve ni mira.
Hierático el saltamontes espera en la espera
del ensartado, brizna de paja apenas.
La multitud se agrupa peripuesta y ordenada
como no lo estuvo nunca, como nunca
pudo estarlo cuando, viva, iba y venía
desordenadamente activa, trémula de energía.
Exacto, organizado, no puede el insectario
simular siquiera en su quietud perfecta
el imperfecto enredo, la maraña 
de infinitos gestos que es la vida.


De Insectarium (ALJA Ediciones, 2014) 




Anatema

Muérdete la lengua
antes de hablar.
Córtate la mano
de la efusión. Y calla.
Que se te partan los labios
en el grito,
los dientes que se te quiebren
en el mordisco.
Que la saliva te hierva
o se te hiele en la boca
cuando hables,
triste animal
dotado de palabra...
como los dioses.

De La lira de la ira and Some Irate Lyrics (Bilingual Press, 2015)



El otro don Baruj

Dicen que el otro día don Baruj, siempre tan digno como lo creen todos, perdió los estribos del caballero y se comportó como cualquier otro viejo gruñón, impaciente y de mal genio.

Fue cuando alguien —unos afirman que un muchacho, otros que un joven en sus veinte— entró precipitadamente al café, fue directamente a sentarse a la mesa en la que don Baruj, ajeno al mundo alrededor, escribía en ese carnet suyo que a todos nos tiene curiosos, y le habló con lo que parece fue un tono destemplado. 

A los reclamos insolentes del desconocido don Baruj reaccionó con el silencio, un arma poderosa que le conocemos bien los que hemos discutido con él algunos temas de su indiferencia. 

Sabe callar don Baruj. 

Pero esta vez, según cuentan, del silencio taimado pasó al exabrupto y le habló —le gritó casi— al muchacho cuatro palabras incongruentes, fuera de sí de indignado. Se guardó con gestos bruscos libreta y pluma en el bolsillo de la chaqueta a la vez que se levantaba para salir a grandes pasos del café. 

El muchacho salió detrás de él, igualmente agitado.

Pasaron varios días antes de que don Baruj volviera al café y a la rutina de su calma de lector, escritor y contertulio respetado por su aparentemente inalterable parsimonia.

De El cuaderno de don Baruj (ALJA Ediciones, 2017)