18 de noviembre de 2017

El vuelo momentáneo


Santiago Daydí-Tolson (Chile, 1943), ha vivido en los EE. UU. desde la década de los sesenta. Es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Kansas y actualmente, después de enseñar en las universidades de Fordham, Virginia y Wisconsin-Milwaukee, de la que es profesor emérito, es catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Texas en San Antonio. Autor de Insectarium (ALJA Ediciones, 2014), Under The Walnut Tree (Mediaisla, 2014), La lira de la ira and Some Irate Lyrics (Bilingual Press, 2015) y El cuaderno de don Baruj (ALJA Ediciones, 2017).



Insectarium

Tras el cristal, definitivamente detenidos,
simulan en el gesto inútil su fugaz ajetreo:
el vuelo momentáneo, el arañazo, la carrera
de patitas raudas y filudas como estos alfileres
que a cada uno empalan en su silencio,
en su quebrada presencia 
de lo vivo que agitó y es ahora objeto. Lo quieto.
No hubo quietud, no pudo haberla.
Sólo en la vitrina —estéril monumento— hay calma,
sólo en el vuelo simulado, en el mentido movimiento
de saltar, en el pobremente 
simulado vibrar en el acecho.
Pudor del exhibido a toda luz, el hurgador de sombras.
La mariposa, al menos, se supo hermosa,
hermoso el coruscante escarabajo, el escondido
joyel del excremento, puñado de ágatas,
pedregal de cucarachas, escamas del silencio.
Callan las cigarras y el vibrato del grillo es sólo 
imaginario. Imaginaria la luna 
que lo alumbra todo sin calor,
precisa luz de lo exhibido, la científica luz
del microscopio —pinza y bisturí—
que hurga en lo vivo de lo ya muerto. 
Meticulosa morgue del conocimiento.
Ya el moscardón no se da de cabezazos
contra el cristal del imposible afuera:
trizado el ojo en mil pedazos no ve ni mira.
Hierático el saltamontes espera en la espera
del ensartado, brizna de paja apenas.
La multitud se agrupa peripuesta y ordenada
como no lo estuvo nunca, como nunca
pudo estarlo cuando, viva, iba y venía
desordenadamente activa, trémula de energía.
Exacto, organizado, no puede el insectario
simular siquiera en su quietud perfecta
el imperfecto enredo, la maraña 
de infinitos gestos que es la vida.


De Insectarium (ALJA Ediciones, 2014) 




Anatema

Muérdete la lengua
antes de hablar.
Córtate la mano
de la efusión. Y calla.
Que se te partan los labios
en el grito,
los dientes que se te quiebren
en el mordisco.
Que la saliva te hierva
o se te hiele en la boca
cuando hables,
triste animal
dotado de palabra...
como los dioses.

De La lira de la ira and Some Irate Lyrics (Bilingual Press, 2015)



El otro don Baruj

Dicen que el otro día don Baruj, siempre tan digno como lo creen todos, perdió los estribos del caballero y se comportó como cualquier otro viejo gruñón, impaciente y de mal genio.

Fue cuando alguien —unos afirman que un muchacho, otros que un joven en sus veinte— entró precipitadamente al café, fue directamente a sentarse a la mesa en la que don Baruj, ajeno al mundo alrededor, escribía en ese carnet suyo que a todos nos tiene curiosos, y le habló con lo que parece fue un tono destemplado. 

A los reclamos insolentes del desconocido don Baruj reaccionó con el silencio, un arma poderosa que le conocemos bien los que hemos discutido con él algunos temas de su indiferencia. 

Sabe callar don Baruj. 

Pero esta vez, según cuentan, del silencio taimado pasó al exabrupto y le habló —le gritó casi— al muchacho cuatro palabras incongruentes, fuera de sí de indignado. Se guardó con gestos bruscos libreta y pluma en el bolsillo de la chaqueta a la vez que se levantaba para salir a grandes pasos del café. 

El muchacho salió detrás de él, igualmente agitado.

Pasaron varios días antes de que don Baruj volviera al café y a la rutina de su calma de lector, escritor y contertulio respetado por su aparentemente inalterable parsimonia.

De El cuaderno de don Baruj (ALJA Ediciones, 2017)

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