20 de octubre de 2008

Roto Corazón



Desciendo a la tierra para recoger mis alas 
después de volar por tierras fértiles de lluvia
y montañas de piedra infinita, (2)
lluvia que lava las penas, (1)
voces perdidas entre ramajes de sauces
a la ribera de ríos invisibles. (2)
Un lamento verde se extiende, nos alcanza, (1)
nos colma en la virtud de palabras abstractas (2)
con las que se transforman nuestros sueños. (1)
Pareces muerta entre las flores,
desnuda de cordilleras, muda de lenguajes, (2)
mariposas bebiendo cálices de dulzura.
Reposas absorta entre espirales de aromas (1)
cubierta de nieve bajo el sol de mayo.
Así de imposible, así de nostálgico mi corazón, (2)
lejana en lontananza te diluyes con la tarde (1)
con un corazón roto entre tus manos. (2)

Autores:
(1) Teresa Loera
(2) Ramiro Rodríguez

7 de octubre de 2008

La Mujer de Lot


Nohemí Sosa Reyna es una de las poetas más importantes en la historia de la literatura en Tamaulipas. Del 22 al 25 de septiembre estuvo en Matamoros invitada por el Museo de Arte Contemporáneo de Tamaulipas (MACT) para impartir un taller literario sobre poesía. Nació en exHacienda de Santa Engracia, Tamaulipas, México. Es licenciada en Ciencias de la Educación, egresada de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Poeta, editora, periodista, dedicada a la promoción cultural, es autora de los poemarios Estación de poesía, Sala de luz, Poemas en la región desconocida, Balcón de Nubes, Ritual de Muñecas, Reminiscencia de la Mujer de Lot, Cadencia de Vida y compiladora del libro Poetas Tamaulipecas del Siglo XX.

La obra de Nohemí Sosa Reyna es coloquial e intimista, de contenido erótico y social. Reproduciendo su biografía de manera parcial, agrego que obtuvo dos becas del gobierno tamaulipeco para escribir poesía y ensayo. Fue invitada a leer sus poemas en el Segundo Encuentro Nacional de Mujeres Escritoras en Puebla, evento organizado por la UNAM y el INBA en 1985, por la Universidad de Baja California en su Unidad de Mexicali en 1985. Participó en el Encuentro de Poetas organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y por el Grupo Mensajero. Asiste al primer, segundo y tercer encuentro de “Mujeres Poetas en el País de las Nubes" en Huajuapán de León, Oaxaca y al Encuentro Internacional en ese mismo lugar en el año 2003.

Invitada al Encuentro Internacional de Poesía organizado por el Colegio de Michoacán en el año 2002. Participó en el Encuentro Hispanoamericano de Literatura “Horas de Junio” en el año 2003 en Hermosillo, Sonora, y en el Encuentro Internacional aBrace en Montevideo, Uruguay, en abril de 2005.

Obtuvo los siguientes reconocimientos: Primer lugar en el Concurso Estatal de Periodismo “Manuel Buendía” en el género reportaje en 1990 y segundo en el género de crónica en 1995, primer lugar en el Concurso Estatal de Literatura “Juan B. Tijerina” en el género de ensayo, finalista del Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines” en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Su obra fue incluida en la antología anual de la revista electrónica “La Tertulia de Mizar”, libro editado en Barcelona, España. Aparece en la antología “ Círculo de Poesía” de aBrace movimiento cultural internacional con sedes en Brasil y Uruguay.

Nohemí Sosa Reyna trajo su experiencia dentro de la creación de la poesía visual, el "performance" y la versificación clásica, como el soneto y la décima. Asistieron al taller Raquel Rodríguez Brayda, César Osvaldo Hernández Ramírez, Carlos Ernesto De la Rosa García, Conchita Hinojosa y Ramiro Rodríguez, entre otros escritores de Matamoros.




RELOJ DE ARENA


Era presbiteriana y se aburría
cuando le prohibieron los jeans
dejó de ir a la iglesia
hizo de la política su mística
desobediente fue
llovieron años sobre su cabeza
húmeda fue
                    llena de sal
hasta que el sol salió
ya era de cristal
era reloj de arena.



ESTATUA DE SAL

I

Mi flama no alcanzó tu fuego
para despertar en espejo de sal.
Batí palmas, destrencé mi pelo
y el amanecer fue tal como otros,
sólo escuché el diálogo
de la fuente sosiega en contraste
con mi interior.


II

Puse en tu mano un cuarzo,
retorné sola,
te dejé el tiempo para que volvieras.


III

Mientras juego al equilibro,
encuentro al destiempo,
¿habrá red protectora?
Olvidaba que soy estatua,
Cronos mi amigo,
Orfeo mi amante,
aun así soy de materia frágil.

De Reminiscencia de la mujer de Lot (2005)

12 de agosto de 2008

La Palabra en el Espejo

Por José Enrique Saucedo


Presentación del libro El vampiro del Río Grande
de Roberto De la Torre Hurtado
en la Casa de la Cultura de Monterrey, Nuevo León.

Comentar la obra El vampiro del Río Grande es pensar en la oralidad como recurso literario, y hablar de oralidad es recordar al pueblo y su cultura. El pueblo es aquello en lo que la gente cree, los regiones que habita, lo que escucha, los miedos que lo acosan, lo que recuerda, lo que inventa, lo que trasmite, lo que piensa, lo que habla y lo que hereda. Por eso nuestro pueblo es la llorona, las barridas, los aparecidos, la valentía, el culto a la muerte, el rencor, nuestra tendencia a dramatizar, el machismo, el sentimiento, la envidia, el patriotismo, el rumor, la generosidad y aquellos valores que nos identifican y que, de alguna manera, se encuentran reflejados en El vampiro del Río Grande. La oralidad en la literatura desde siempre, el baúl de la memoria, el puente que nos invita a cruzar la realidad posible, e incluso, ir más allá del texto mismo; una forma verbal que nos permite viajar a través del tiempo y declarar nuestra identidad desde la riqueza y el atrevimiento de lo espontáneo, de lo increíble pero verosímil.

La oralidad es un juego, pero es también el mejor recurso para preservar a los personajes anónimos y representativos del folklore de la cotidianeidad y aquellos pasajes que recurrentemente los marcan, de tal manera que terminaran por convertirse en tradición, en mito. Sin embargo, esa misma oralidad nos recuerda que la palabra es frágil y huidiza, por eso la palabra recurre a la escritura como medio para ampararse del abandono, para retar al olvido, haciendo de la literatura el espejo donde nos observarnos, no sólo como individuos, sino esencialmente, como parte de una colectividad que crea sus propias alegorías y rituales, entonces la literatura se convierte en la memoria viva del universo.

En El vampiro del Río Grande, a través de su narrativa, Roberto de la Torre Hurtado se define como escritor de la oralidad; sus relatos abrevan en las leyendas de la región fronteriza donde creció y se hizo seguidor de la palabra, su texto es una conversación con sus miedos y sus fantasmas, un diálogo con los otros y consigo mismo, la descripción de una tradición a la que recurre para construir sus cuentos. Así la obra, hace referencia a lugares comunes y conocidos como Valle Hermoso, Linares, Torreón, Saltillo, Monterrey y otras ciudades fronterizas, pero sobre todo, nos lleva a reconocer los terrenos abrazados al Río Grande de Estados Unidos , y al Río Bravo mexicano, el de nuestros inmigrantes, el caudal que seduce, que da esperanza y la quita, que reúne fronteras pero limita culturas, que da vida, pero que también la quita, que salva familias y las separa, un caudal anecdótico que se constituye en uno de los centros integradores de este libro, y fuente de la que manan muchos de los personajes y los argumentos recreados por nuestro autor.

En trece relatos, Roberto nos cuenta de las luces que flotan sobre el río, de los espejos que roban el alma, de brujas que maldicen, de mujeres que hacen pacto con el diablo, de hombres que se transforman en lobos, de muertos y muertas que regresan en busca de venganza, de madrinas revividas que conservan sus ataúdes como trofeos ganados en la lucha contra la muerte, de barridas con albaca y pirul, de fantásticos viajes infantiles realizados a luz de la luna y de finales inesperados; pasajes que, si bien forman parte del horizonte mítico popular, también reflejan sus propias creencias y temores. En una entrevista publicada en la revista The Collegian Online de la Universidad de Texas en Brownsville, el autor declara: “Escribí el libro para conservar los miedos, fantasmas y vampiros en los que creí cuando era niño. No es justo que yo me olvide de eso si me hicieron sufrir tanto, y la mejor forma es empezar a escribir sobre eso”.

Narrados en primera persona, la mayoría de los cuentos expresan el origen del autor, “El Río Bravo siempre ejerció un magnetismo en mí, a pesar de las historias que se contaban que iban desde la aparición de naguales en las noches de Luna llena, hasta el llanto de la Llorona que tanto atemorizaba a los habitantes de la frontera”; sus creencias religiosas, “Un sudor frío recorrió mi frente y el padre nuestro apareció en mis labios”; las raíces familiares, “Mis abuelos maternos eran zacatecanos, pero decididos a probar suerte en la siembra de algodón se vinieron a la frontera”; sus fantasías, “Por la noche le conté mi sueño, pero según él era imposible, porque la víboras no se salen de los sueños”; y sus miedos, “Mi cuerpo temblaba y un sudor frío impregnaba mi piel, por más que intentaba levantarme, no podía. Una fuerza extraña me sujetaba a la cama”. Así, a la manera de narradores como el saltillense, Jesús de León, que hace algún tiempo presentó un libro también relacionado con la tradición oral llamado Historias de la sierra, y de la tamaulipeca Isabel Contreras quien acaba de publicar Tradición oral, mitos y leyendas de Tamaulipas, Roberto De la Torre nos brinda un muestra más del paisaje cultural norestense mediante un lenguaje llano, templado y fluido que permite abordar el texto con bastante amenidad.

El resultado, nos muestra a un escritor que formula una propuesta literaria basada en la idea de que la escritura y el habla son las dos caras de la narración que se vinculan entre sí para dar vida a los sucesos extraordinarios de un pueblo. Para fundamentar esta idea vale decir que Roberto de la Torre, es un extraordinario conversador, que apasionado y con cualquier pretexto comparte ideas, lecturas y críticas sobre el mundo de la literatura, conversaciones en las que nos habla acerca de su propia creación: “No es mi idea recurrir al lenguaje rebuscado o las tramas complejas para hacer literatura, me gusta el lenguaje sencillo y contundente, pretendo que mis historias sean atractivas para el lector”, dice. Esta postura describe fielmente el libro que hoy presentamos; una obra que “sin grandes pretensiones literarias”, logra paradójicamente cautivar a sus lectores. Si se parte de esta consideración, es factible imaginar que el producto creativo es un ejercicio del todo consciente y no producto del azar ni consecuencia de la pretendida humildad de nuestro cuentista; más bien representa un ardid, ya que la sencillez en el discurso literario no es pretensión fácil de alcanzar. Así, entre el lenguaje accesible para los lectores y las tramas intencionadamente lineales sobre las que se erigen los cuentos, subyace el capital narrativo de un buen contador de historias; además, son precisamente el lenguaje franco y las secuencias narrativas bien armadas, la mejores virtudes de este creador, virtudes que nos permiten encontrar el fondo y la forma de su estilo, un fondo cifrado en la tradición oral y un estilo estructurado desde la tensión y la emoción natural del cuento que no necesita de más argumentos para cautivar. Dice Vicente Huidobro en sus teorías y comentarios sobre la obra breve: “el verdadero disfrute, luego de escribir, está en prescindir de las palabras que sepultan una historia”; también lo afirma Augusto Monterroso “Palabras que no dan vida, matan”.

Pecatas minutas tiene el libro, particularidades que dejamos a consideración del autor y del lector. Sobre todo porque que estas páginas son desde ahora nuestras. La más significativa, es el orden de aparición de los cuentos. Después de leer “Aventuras en el Río” y “De muertos y aparecidos”, dos logradas tramas narrativas, se llega a la conclusión de que éstas tienen el peso ideal para abrir el concierto cuentístico; sin embargo y como descargo, la decisión del autor permite ir de menos a más, hecho gratificante para los lectores que una vez empezado un libro se niegan a abandonarlo. Aquí quedan a su disposición trece relatos, otro itinerario que nos ayudara a comprender lo que somos y en que creemos, una realidad misteriosa que desea ser descubierta, algunas historias reconocidas y reinventadas, la palabra y su reflejo, soledad de papel donde se expone Roberto, un escritor que apuesta al texto escrito porque sabe que finalmente la literatura es el espejo del mundo, y la palabra, el rostro donde nos reconocemos.



José Enrique Saucedo Tovar es originario de Monterrey, N. L. Maestro en Lengua y Literatura Españolas con estudios de doctorado en Filología Hispánica Contemporánea en la UIB de España. Publica textos narrativos en diversos periódicos y revistas. Autor del libro La otra ciudad (2005), donde reúne textos narrativos y poéticos.

29 de mayo de 2008

Tortugas y Lagartijas

Por Alejandro Rosales Lugo.

Un po­co de tor­tu­gas y otro de la­gar­ti­jas. Eso so­mos en los bra­zos en­de­mo­nia­dos del sol. Ya no hay pri­ma­ve­ra ni ve­ra­no por­que to­da la pe­lo­ta es­tá ca­lien­te. Nos va­mos de "sur­fing" en el smog ci­ta­di­no y los ti­bu­ro­nes nos pren­den la co­li­flor. El mun­do es­tá lo­co lo­co y to­do se po­ne bi­za­rro, los de ade­lan­te co­rren mu­cho y los de atrás se que­da­rán tras tras ya la ca­sa se ca­yó... En Al­ta­mi­ra, la tie­rra de Cuco Sán­chez, un co­co­dri­lo o la­gar­tón le aga­rró la pier­na a un cris­tia­no que se que­ría po­ner bo­tas de pes­ca­dor.

Y tunca­chun ra ra, le aga­rró su pa­ta de va­ca y lo de­jó de­san­gra­do, ya no nos po­de­mos con­fiar ni de la tía, ni del tío, y me­nos de la an­te­sue­gra por­que el ca­len­ta­mien­to glo­bal nos nu­bla la vis­ta y co­mo pe­rros con ra­bia des­co­no­ce­mos los cha­mo­rros de la pri­ma o cu­ña­da.

An­da­mos con las ce­jas caí­das, los pár­pa­dos de som­bri­lla, las pes­ta­ñas de Juan Pes­ta­ña con re­lez pa­ra que pren­da la go­ta ca­lien­te del su­dor.

Si va­mos por la ca­lle, o la es­cue­la, o en el tra­ba­jo sa­lu­dan­do de be­cho becho, se nos pe­ga la sal y la man­te­ca co­mo “re­fil” de co­lo­re­te y per­fu­me ba­ra­to. Nos dan be­sos que “jie­den” y si los da­mos no­so­tros, le­van­ta­mos el per­fu­me con to­do y mar­ca.

Nos trae­mos la sal y la ha­ri­na, y con dis­cre­ción es­cu­pi­mos por un la­do. Con es­te ca­lor se po­drá ca­len­tar la ga­lle­ra y las po­lle­ras, pe­ro lo cier­to [es] que las bocas hue­len a cen­ta­vo de co­bre y taqui­tos ca­lle­je­ros.

Aho­ra, éche­le bien, con es­tá tem­po­ra­da de pa­tas apes­to­sas, de nal­gas suda­das, de bi­sa­gras pegajo­sas, los ali­men­tos se des­com­po­nen. Hay de us­ted si se arries­ga, se­ño­ra o se­ñor, si se avienta unos ca­ma­ro­nes o unos os­tio­nes en la calle por­que va di­rec­to al cero Mo­re­los. Es­to es que es­ti­ra la pa­ta. Y si le gus­ta la ve­ge­ta­ria­na, pues a qué le ti­ra cam­peón o cam­peo­na. Si la fru­ta es­tá su­cia, por­que los ven­de­do­res no tie­nen ba­ño am­bu­lan­te, no se la­van las ma­nos, y el ca­lor de cuarenta y cinco gra­dos nos la lle­na de salmonela.

Bien, an­da­mos co­mo la­gar­ti­jas en las ro­cas y tor­tu­gas ca­lien­tes dan­do vuel­tas y mor­dien­do. Sí, mor­dien­do a es­te pin­che ca­lor que nos vi­drea los ojos y nos calien­ta el cal­zón. No me sa­lu­den mejor, que me pe­gan bac­te­rias per­fu­ma­das y, co­mo soy dia­béti­co, me man­dan a bo­lar, (de bo­lo) cua­dra­do, por no de­cir una pa­la­bre­ja.

Tomado del periódico electrónico Expreso
[28 de mayo, 2008]