22 de septiembre de 2013

Eco del grito postergado



Ophir Alviárez (Caracas). Poeta y narradora. Colabora en varias páginas literarias y suplementos culturales, así como en la página "Sofía y Arabescos". En 2004 publicó el poemario Escaleno el triángulo y en 2010 Ordalia (o la pasión abreviada). Sus poemas se recogen en obras tales como la Antología de poesía y narrativa de la Asociación Casildense de Escritores (Argentina), V Antología de sensibilidades (España) y la Antología de poesía y narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida (Venezuela).


CELOS

Despierta Drako su mítico ímpetu

Agónicas
coraza e inteligencia
se extinguen en las llamas

Es gusano de seda
en piel de serpiente

Es ingenuo cocuyo
con garras de águila

Sinuoso
el dragón me posee
subyuga y seduce

De Escaleno el triángulo (2004)



MALLEUS MALLEFICARUM

Resurreptas y tal vez resucitas
las pápulas sombrean al cascabel
apóstata recorres tus dominios
hay convivio de hembras
chicharrones es la orden
sal de tu concha y empieza a correr

Resurreptas y ya no resucitas



¿SELF SERVICES?

Llueve
Quizá los ángeles hacen el amor como dice Benedetti

Chorreo desbordado seno
pirañas y sierpes          acurruco

Hipo          manando hiel savia

Gotea la granada          falaz

                           pepitas sin lengua

                           (¿Self services?)



FUGA

En un eco del grito postergado
se escapó la palabra sin galope
y desde entonces
                habítame la ausencia con sus letras
                jugando al inconcluso crucigrama

De Ordalia (o la pasión abreviada) (2009)

28 de mayo de 2013

La poesía habita en las palabras


Palabra de poeta Antología de poesía sobre poesía, antologador Ramiro Rodríguez, ALJA Ediciones, 2012, imagen de portada: “Vendedora”, de Nora Iliana. Reseña por Carlos Santibáñez Andonegui.

Nadie niega la existencia de fuerzas naturales o sobrenaturales, y aunque la poesía es, para muchos, el lugar idóneo para invocarlas, trabajos como el de Ramiro Rodríguez en su tarea de antologador de poesía sobre poesía, demuestra que, a fin de cuentas, la poesía, tal y como decía Mallarmé, se hace con palabras.

La palabra de poeta trae en sí misma el trabajo de “sufrir el pantano”, en tanto se adivina que hay abismos alrededor de la condición humana, tales como un antes, un después, que nos sacuden pero también un ahora que es lo único que tenemos para moldear; y de todo este compromiso, lo único en que el poeta puede afianzar su ser en el mundo, es la alegría de que su empeño nace y termina en la palabra. De ahí la importancia de pulirla, de adecuarla al conjunto, de hacerla brillar en un todo aplicable a la época y que la época adopta como suyo porque sabe que en el fondo, irán juntas, a resumirse en historia.

En el momento actual de la poesía mexicana, cobra vigencia una actitud ponderada, prudente, que se está dando en el Norte, concretamente en Nuevo Laredo, y otros lugares geográficamente relacionados, de entender el quehacer literario como un compromiso a librar entre dos extremos que lo condenan o lo salvan, según se guarde o no una distancia entre ellos: la entrega total a un desaliento por la inseguridad o desigualdad social, o su peligrosa negación en aras de un tramposo purismo.

Ramiro Rodríguez, escritor de poesía, cuento, ensayo, editor, nacido en Nuevo Laredo en 1966, toma como suyo este destino de búsqueda de un término medio: su ser es así, él mismo es así e invita con su entusiasta presencia, a quienes le conocen a darle su confianza para abrir caminos a la expresión literaria. Alianzas entre editoriales, reuniones de amigos, en fin, todo lo que haya que hacer con tal de que la poesía no se nos muera entre las manos. En días recientes recibió la medalla Filemón Salazar Jaramillo, de manos del Presidente Municipal Alfonso Sánchez Garza. Un justo reconocimiento para quien se ha desempeñado como miembro del Consejo Editorial de la revista literaria Novosantanderino, Premio Estatal de Poesía 2008 (ITCA) y el “Altaír Tejeda de Tamez”. (SET). Conozcan a Ramiro. Es el típico que no se desanima, que puede caerle encima una tormenta y sigue estando ahí. ¿De dónde su fe, sino de la palabra, el ser último, final, de la poesía?

Su obra se incluye en antologías como Voces desde el Casamata (2010) y Donde la piel canta publicada en la editorial Cofradía de Coyotes bajo la dirección de nuestro amigo Eduardo Villegas Guevara, a quien llamamos “el Coyote Mayor”. Compilador también, de Letras en el estuario (2008), ya que organiza desde 2001 el Congreso Binacional “Letras en el Estuario” y Río Bravo/ Río Grande (2012). En poesía, autor de Defragmentación poética (2007), Cosmogonía de la palabra (2008), Íngrima la ciudad (2011), Ritual de la tierra (2012), Tierra de sed perpetua (2012), Moros en la costa (Obra selecta 1992-2002) (2012), Poemas a propósito (2012), Destiempo (2012), Pasión de Eneas (2012) y Minitatuajes (2012).

Dice en “Coloquio Novembrino”: “Nos alimentamos de sonidos. Palabras de viento/ detrás de los párpados…” Hay, en efecto, un sitio que la poesía tiene reservado a quien comprende ese destino, más allá del reclamo estrepitoso, pero también lejos de la llamada “torre de marfil”, un lugar seguro para quien comprende que la noche lo alcanza pero no le alcanza, y así escribe: “La noción de la noche se colma de peces”. Expresa Gabriel Weisz en El juego viviente: “Cuando hay una fisura en el sentido, la palabra cobra un matiz circunvolutorio con resonancias en la emocionalidad. El sitio que ocupaba en el sentido es el asiento de una organización geométrica”. (1) Establece Ramiro: “¿Cómo entenderme en la geometría del verbo?/ ¿En el marco histórico de ideas que vibran?/ ¿En la estructura ósea del discurso?” Un consumado jugador de palabras, el estridentista Manuel Maples Arce, intuye algo que tiene que ver con el juego y en medio, un sacerdote: “termina el fresco en un bosque sagrado cuya impenetrable vegetación esconde el templo pagano que guarda la piedra monolítica, imagen y símbolo de los dioses legendarios. El último kahana, mitad sacerdote, mitad hechicero, observa en secreto los ritos casi olvidados”. Así se expresa al hablar de las pinturas murales de Jean Charlot (2). Ya Maples Arce había tenido la idea de la existencia como un sin número de “andamios interiores”, cierta simbología afecta al pirueteo mental de un Piranesi. Acá, dice Ramiro: “¿Cómo armar la urdimbre de andamios interiores?/ ¿Dónde la transverberación de la palabra?/ Soy un símbolo de mí mismo”.

El querido maestro Alejandro Rosales Lugo, honra esta antología con su poema “¨Paisaje amarillo”: “estoy frente a ti/ calcinado por tu piel arena/ herido por los espejos ocultos de tu cuerpo/ bajo la luz el polvo de la tierra de trigo/ también, frente a ti, el mediodía…”

Ya sabemos que Alejandro Rosales Lugo, pintor, poeta, maestro universitario, es dueño de esas claves ocultas entre la luminosidad y el amor, arte en que le iguala también, digámoslo con brío, el maestro José Antonio Navalón. Rosales ha publicado poemarios como Bicicleta de poesía o El paisaje del cuerpo, y es incluido en la Antología de Poesía Erótica Mexicana, de Enrique Jaramillo Levi.

Revisemos ahora lo plasmado por la poeta Norailiana Esparza Mandujano en su poema “Plastilina”, que da realce a esta antología: “Mi voz en manos del poema/ la acaricia/ la moldea/ se derrama en ella/ la esculpe/ la deforma…”

Pintora, narradora y poeta, Norailiana Esparza Mandujano es editora estrella de la revista literaria “Catarsis”. Su vocación lo cela todo, en su implacable escrutinio forjado en los talleres de la llorada Graciela González Blackaller y el aplaudido maestro Héctor Carreto. Podemos rastrear su huella en antologías como Apuntes desde Victoria, Aquella voz que germina, Voces del noreste (Instituto de Cultura de Durango). También en Sueños al viento, Donde la piel canta, Coyotes sin corazón, Caracoles Extraviados, Tren de la ausencia (Cofradía de Coyotes). Domina lo erótico a partir de esa noble función de quien todo lo intuye y lo trasciende, por examen literario de los hechos, más que por estarse en ellos: “Eres los versos que escribo/ cuando pienso en tu cuerpo”. Comprende que en el afán de asirse a la palabra, está el ser o no ser del poeta: “En tu gesto milenario/ palabra/ dibujas el poema”. Sólo así enfila al prodigio de las mutaciones: “Metáfora entintas mis labios/ con suaves matices/ cubres mi boca/ donde te balanceas/ cual columpio improvisado/ en Semana Santa”. Pero no la enturbia ni acomete el temor, cuando se trata de amar a un poeta: “Amo tus palabras/ cuando se desnudan/ ante mis ojos”.

En las paradojas del signo lingüístico, hemos de situar a Santiago Daydí-Tolson, cuyo poema “Algarabía del silencio” postula: “A pesar de todo hay que callar./ Callar./ Lo aconsejan a gritos/ Los poetas”. Por eso, en su “Casi poema”, se coloca a exacta distancia del miedo y el candor, para pedir: “eco de mí dime de mí mis voces”. El es un profesor a quien le ha tocado destacar en ambas lenguas, (español-inglés), con Voces y ecos en la poesía de José Angel Valente (Lincoln, Nebraska, Society of Spanish and Spanish American Studies, 1984), o El último viaje de Gabriela Mistral (Aconcagua Ediciones, Chile), así como la edición de la correspondencia entre Ernesto Cardenal y Thomas Merton (Madrid; Trotta, 2004), fundador de Labrapalabra, revista electrónica de creación literaria en castellano. 

Juan Antonio González Cantú, autor del cuentario Taxidermia en vivo, recogido en Antología canicular, (Campamocha, 2009), celebra el gozo semántico a modo de un “Vaso comunicante donde se anega/ la esperanza de decir: vivo”. Este profesor de traducción en la Universidad de Texas en Brownsville, va forjando de hito en hito su “Descreacionario”, en el cual ha muerto el dios de las palabras…

Aún quedan voces como Joaquín Peña Arana, por quien respira el mundo de la comunicación, que forma parte del Ateneo Literario José Arrese de Matamoros, y en “Translingual”, mágicamente señala: “Vives en E.U., dije yo./ Vivo en E.U., dijiste./ América es un continente, dije./ América es mi país, dijiste./ Hablé en español. Contestaste en inglés./ Y pese a todo lo anterior/ logramos entendernos”.

Otra de las luces que arroja esta antología es sobre diferencias prácticas entre poesía y prosa. La maestra Gloria Rodríguez, quien publica sus textos poéticos y ensayísticos en el sitio literario “Santuarios lejanos”, plasma mucho de esta diferencia que debería constituir tema de reflexión obligado a algunos de los autores de esta antología. Esta codiciada diferencia que es un poco como el dicho de Freud cuando advirtiera: “lo que se dice en broma, se dice en serio”. En poesía, las cosas no se van. Se quedan, no las arrastra el flujo de la narración. Se quedan, a veces por años, a veces, quizá, hasta la eternidad. Así Gloria Rodríguez cuando registrando una anécdota doliente, sentencia rápida: “No hay voces: / hay rostros paralizados”. Eso es exactamente, maestra, lo que pasa en la poesía. ¿Por qué? Será tal vez en aras de su poder de síntesis, de verificar, y lo primero que verifica automáticamente es la correspondencia entre fondo y forma. En la poesía hay una forma inseparable del fondo para decir las cosas. “Eres centro,/ ocaso,/ despertar de inviernos”. Dice Gloria en versos que saben a su nombre. “Ahí donde el atardecer/ esconde sus reflejos,/ donde las aves elevan al cielo una añoranza,/ donde los mares esconden lo no sabido/ y el tiempo se convierte en humo… hay poesía”.

Maestra Ruth Martínez Meraz, a quien conocemos por la página electrónica Desnudez de mi palabra, o A surrender to the moon, International Library of Poetry, 2005), sin embargo no entiendo qué está haciendo ahí el nombre de Alejandra Pizarnik, ¿como aparente título de un poema?, faltó aclararlo porque para algunos, no tan avezados, podría implicar como una cita de ella, como el deseo de efectuarle a ella una traducción. Creo que son minucias que hay que cuidar en la titulación de los poemas. Nada debe estar vago, nada debe confundirse con prosa. Pues por ejemplo, Carlos Acosta, al iniciar el libro, trata de celebrar la noción de palabra con destellos indiscutiblemente poéticos: “Tú, milagro gutural”.

Por otra parte Federico Fernández se propone salir de la retórica al decir: “Los poetas tienen… un ritmo de lamentos en la piel.” Aportes como el de Conchita Hinojosa siempre se agradecen, pues su poesía “va de camino”, se esmera en resumir lo que en muchos de sus poemas, no fácilmente se salva de la prosa, para expresar, en íntimo definitorio: “La palabra, estruendo de rostros sudorosos…” Damián González imprime un sello de curación por la palabra: “Escribir es abrir el alma,/ dejarte poseer por las letras/ hasta envejecer con ellas”.

En fin, poetas todos que bajo la dirección sabia de Ramiro Rodríguez, le han ayudado a hacer lo que siempre ha querido: “lamer la palabra dentro de la palabra”, en un proceso alucinante, hacia la metapalabra. ¿Cabría por ahí la propuesta de la poesía como un más allá del lenguaje? Habría que releer a Paz, y agradecer a Ramiro la ecuación sagrada, interminable: “Si a cuadrada más b cuadrada es igual a c cuadrada, entonces poeta más palabra es igual a poema”. Muchas gracias.



REFERENCIAS
1. Gabriel Weisz, El juego viviente, (Indagación sobre las partes ocultas del objeto lúdico) Siglo XXI, México, 1986, pp. 146-147.
2. Manuel Maples Arce, Incitaciones y Valoraciones, Cuadernos Americanos, núm. 50, México, 1956, p. 146.

Imágenes:
1) Portada de Palabra de poeta Antología de poesía sobre poesía (ALJA Ediciones, 2012).
2) Maestro Carlos Santibáñez Andonegui y Ramiro Rodríguez.
3) Fragmento del poema "Letras" de Ramiro Rodríguez, cartel creado por Romina Cazón, Editora de Revista El Humo.
4) Colección ALJA Ediciones y libros diversos.

18 de enero de 2013

Ritual De La Tierra de Ramiro Rodríguez


Por Alixia Mexa


“Yo no sé si mis ancestros viven / si caminan por el viento como pájaros vacíos / como tatuajes en la noche / si algo de ellos queda entre mis manos secas / si soy la semilla fértil de mis dioses / yo no sé.” (Fragmentos, pág. 120)

Nosotros, en realidad, no sabemos nada del mundo. Yo no sabía un tanto del interior de este poeta, me refiero a un saber palpable de su universo íntimo. De su legibilidad, de su ubicación, de su imagen tenía algo; y quise conocerlo más, entonces empecé a intentar destejer su palabra, a introducirme en su laberinto filosófico para descubrir un poco del misterio siempre presente en la poesía. Su verbo fue descendiendo a mi interior lenta, paulatinamente, en Ritual de la tierra, para reconocer estrellas incrustadas en su memoria como “Angahuan” o “Bagdad”, “Naranja”, creaciones del mencionado Ritual.

El tiempo es aliado de lo perfecto, de lo que tiene que suceder y embona todos los escaques sin forma del cosmos para revertirlo sobre la memoria que espera, y que a la postre, se convierte en espiral de la cosmogonía personal. Los textos de Ramiro aprisionan una sed inexplicable de saber, conocer, pensar. Su estructura es fuerte y suave. Su semántica arroja colores naranja, olores de uvas, de tierra, ligeramente erotizados; este deslizamiento de los sentidos hacia su yo primario, que el espejo que antepone hace que se ejecuten en una sintaxis, al parecer, lógica, de la que emana un tono suave y sereno, a la vez denso y vigoroso, y a veces pleno, inacautable, para regocijarnos en su lengua. Sí, he dicho en su lengua, no en su lenguaje, su lengua habitable por trinos de pájaros y plumajes. El símbolo vibra en sus cuerdas vocales y parece que la marea es su sangre, la que cruza su eco silencioso para realimentarlo con la voz de sus ancestros, quienes lo atrapan y lo visten para presentarlo a sus dioses; pero su duda es válida, él no lo sabe, acaso lo siente, pero realmente, ¿lo sabe? No lo sé.

Pragmáticamente, la rosa de los vientos invisible señala el oriente, un oriente predestinado a la creación y a la recolección del fruto. El sabor agradable y elocuente que deriva de esa colecta individual que todo lo transforma, esa magia incomparable de la transición de las palabras, ese dolor mutante, no creo que pueda ser transferible a través de mis palabras. Habrá que leer Ritual de la tierra, no para saberlo, para experimentarlo, para olerlo e intentar desentrañar su misterio. El poeta invita a viajar al interior de su propia tierra, a hacernos uno en una inusual introspección a su muerte, a su origen, a su sal; dispone de estos cuatro elementos para dispersar su palabra y poblarla de todas las cosas que puede contener no sólo en su gramática, rompe artísticamente su estructura, la renueva poéticamente con un sello creativo, frondoso y dúctil, difícil de describir; además, sus palabras van más allá de la colección de un poemario dividido en cuatro secciones; por eso, porque es misterio suscrito, puede volar más allá de lo material y sólo mediante su captura se puede encontrar y distinguir el néctar para beberlo, disfrutarlo e instalarlo en nuestra memoria. Ahora puedo decir, que he empezado a conocer al hombre, al ave, al poeta que habita en el ritual de su propia creencia; que he recorrido uno de sus caminos.



Rodríguez, Ramiro. Ritual de la tierra. ALJA Ediciones, 2012.

3 de enero de 2013

Lluvia


Lluvia lluvia lluvia tres veces lluvia (1)
te invoco desde mi desierto diez veces desierto (2)
desde mi sed diez veces sed (1)
desde lo diezmado de mis adentros (2)
Refractas con rostros múltiples la humedad (1)
y en la cercanía carcomes mi silencio (2)
Llegas con lenguas abstractas hasta mi lengua (1)
Diseminas claridad hasta el punto más recóndito (2)
Reinicias el ciclo de nuestros nombres. (1)

Autores:
(1) Ramiro Rodríguez
(2) Carlos Acosta

Imagen: www.realidad24.com