24 de abril de 2007

En Memoria del Reino



Baudelio Camarillo nació en Xicoténcatl en 1959. Realizó estudios de normal básica y superior en Zacatecas. Alumno del taller literario de la Casa de la Cultura de Celaya coordinado por el poeta Efraín Bartolomé en 1984. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes 1993. Los poemas de esta página fueron tomados del libro En memoria del reino, reimpreso por el Gobierno del Estado de Tamaulipas en 1999.



Agua materna

I

Arteria de esos campos.
La maldad crece lejos del brillo de sus aguas.
Es un río solitario en el pecho caliente de este trópico.
La luz que entra en sus aguas olvida pronto el cielo
y en el fondo las piedras son huevos de cierta ave
que no sabe volar
sino en el corazón.


II

Peces fuera del agua son nuestros corazones
lejos de esta corriente.
En el lecho del río dormitan los recuerdos.
Cada atardecer vuelan los gritos de muchachas
sobre las tibias aguas de este sueño;
nadan en él, en él se bañan
y las aguas se endulzan con sus cuerpos.

Una de ellas,
la más hermosa ninfa que cruzó esta corriente,
me dio a beber el sol que atardecía en su boca
y no hay noche en mi cuerpo desde entonces.


III

Todos los días, por la angosta vereda
que nos dejaron los abuelos,
bajamos hasta el río
como bajan los pájaros al atrio de la iglesia.

Con gritos y canciones adornamos la luz
y el aire de verano que son nuestras estancias favoritas.
Somos aves buscando agua para beber,
para hundir nuestro asombro,
para dejarnos llevar por su corriente.


IV

Un enorme sabino con tres siglos de sombra
hunde sus largas ramas en el río.
Desde su copa el sol salta desnudo al agua.
Se sumerge y emerge y nada hasta la orilla
y nuevamente sube y se lanza.
Así es todos los días.
Cuando llegue el invierno
le haremos un lugar en nuestro patio
y él, que todo lo graba en su memoria,
nos hablará del tiempo en que la luz
andaba por la tierra sonando cascabeles.


V

El verde de estas aguas
no se marchita nunca en nuestros ojos.
Cuanto más contemplamos ese follaje intenso de sus olas
tienen más savia nuestros huesos.
Aquí nacimos. El barro que ahora somos
se amasó con esta agua
y el aliento de Dios
no pudo desprendernos de esta tierra.



Cuarto creciente


Tomamos el hacha con que nuestro padre corta leña.
Pusimos el disco de la luna sobre un tronco
y lo partimos en dos partes iguales.
Una colgamos en el cielo
para que los adultos la contemplen,
con la otra jugamos
en el río.



Luna llena

I

Aprendí de los griegos
que los ríos son dioses
que abandonan a veces sus palacios
y se echan a andar por los caminos.

Si esto es así,
el Guayalejo debe ser un dios fuerte,
bello y fogoso
para que la misma Diosa Luna
baje todas las noches
a su lecho.


II

No hay agua esta noche:
es la luz de la luna
la que llena este cauce.


III

Cruzamos el río bajo la luna llena.
Tocamos las piedras bajo el agua
con nuestros pies desnudos.
Teníamos que cruzarlo como se cruza un sueño
que después se hará sangre en nuestro cuerpo.
Caminamos despacio para beberlo todo.

Ya estamos en la orilla.
Desde esta parte el río, a la luz de la luna,
es un collar de oro
que nadie arrancará de nuestro pecho.

Estuario Infinito


José Miguel de Orihuela nació en Villa de Llera, Tamaulipas, el 12 de diciembre de 1962. Poeta, Licenciado en Derecho por la UAT. Estudió dibujo y pintura en el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes. Se integró a los talleres coordinados por los escritores Alejandro Rosales Lugo y Guillermo Samperio. Obtuvo diversos galardones, dentro de los cuales está el primer lugar en poesía en el Concurso Estatal de Literatura Juan B. Tijerina 1992. Colaboró en revistas culturales regionales. Los poemas es esta página fueron tomados del libro Algo así como decir tu nombre (1992), con el que obtuvo el premio antes mencionado. Muere el 6 de enero de 1995.



EL PRIMER PECADO

Creímos ser los primeros,
enlazamos nuestras manos
y por primera vez
la devoción del tacto
llevó el estremecimiento
hasta los huesos.

Prófugos del atavismo,
libres de prejuicio y conveniencia,
nos lanzamos al vuelo
sin importar
que pudiéramos chocar
contra los astros;
poco puede el universo
contra tu pelo,
volviéndose caracoles,
escapando de mis dedos.

Dos ríos uniendo sus brazos,
desnudándose de nombres
en el estuario infinito,
y una inmensa, inmensa pista
de esmeralda cristalina;
pareja de bailarines
liberando movimientos;
cadencia desaforada
en el ritmo de los cuerpos.

Coreografía inesperada
en un teatro de primera,
libre de público avieso
y libre también de ese crítico
entendido en la materia.

Dos soles cruzando rayos
cerca del amanecer;
reflectores encendidos
siguiendo manos y pies.

Los deseos a la deriva
en un torrente de sangre;
un cerebro atormentado,
masoquismo inevitable.
Primero pocas palabras
y después los dos callados,
dando la voz a las manos
y a cada fibra sensible.

Tu cuerpo, luz encerrada,
y el mío, la sombra en tu pie;
fugaces, desesperados,
vencimos a los horóscopos
con un eclipse de piel.



SUEÑO DE ESPIGAS

Despertar
abrazado de algún sueño
se me hizo una costumbre
desmedida,
desde la noche
en que tu piel de luna
entró a seducir
el insomnio
de mis aguas.
No te soñé
en la región del alba,
almidonando
pétalos ardientes,
sino a pleno sol,
deslumbrando mediodías,
alimentándote
de rayos seculares.

Eras planta de trigo,
caña frágil,
paja de oro,
con siete espigas
absorbiendo
la savia indispensable
del otoño.



SALMO PARA MÍ

Bienaventurado
me siento
de pensarte,
de volver a mirarte
en un descuido
de esa rara ubicuidad,
que ahora te lleva
por la ruta interminable
del poniente,
donde te piensas proteger
para olvidarme.

Bienaventurado
me reencuentra
el sol,
ansioso de enamorarme.

Volver a sentir el brillo
de una mirada
en mi cara
y quedarme retratado
en las retinas del alba.

Escuchar
cómo aletea
el corazón prisionero
y mirar cómo lo imitan
los pájaros invisibles
cuyo plumaje es el cielo.

Bienaventurado
me siento,
y el destino se estremece
entre las manos,
como un halcón herido
que vuelve a volar,
a fuerza de sentirse
forjador de nidos
que desafían al aire.

Memorias del Viento


CELESTE ALBA IRIS Rodríguez García nace en Ciudad Victoria, el 22 de Agosto de 1968. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, desde 1985 ha recibido cursos y talleres diversos de reconocidos escritores como Elsa Cross, Ethel Krauze, Saúl Ibargoyen, Arturo Castillo Alva, Ana Elena Díaz Alejo, entre otros. Premio Estatal de Poesía Joven Juan José Amador 1997 convocado por la UAT. Tiene dos cuadernos de poesía publicados: Cualquier día de la semana, (1994) y Costumbre de vivir. Está incluida en diversas antologías nacionales: Anuario de Poesía 1988-1989, Entre el Pánuco y el Bravo, Una visión Antológica de la Literatura Tamaulipeca de Orlando Ortiz, Poetas de Tierra Adentro II, (1994) de Héctor Carreto. Otros textos han sido publicados en diversas revistas nacionales como “Tierra Adentro” y “Mar Abierta” entre otras. Actualmente se desempeña como catedrática en la Universidad Lasalle Victoria.


Lunares

Constelaciones
Negritos del propio arroz
Remaches
                y apellido




Extravío

Tantos etcéteras y en el horizonte
                                el verso




Sudario

Cubro el rostro con mis manos
Resucito según las escrituras



*

Si los bebés llegaran en botella desde el mar
a gotas de sol y arena
         náufragos de nubes
                    memorias del viento
bajarían resbalando de su vida in vitro
                     por un rayo lunar




Afonía


Enajenada de piel
                      terrena
Expugnable velo de odalisca

Diosa en sacrificio

Sudario alado en sepulcro de limo




*

Desde su balcón
               atardecida
marcha la vida en contingente

Por la acera
          vuelvo el rostro
Nada dice         Nada digo

Tras el barandal
            abreviatura los días
Sigo        y sigo por enfrente




Ulalume

Se pinta los labios de memoria
Como dibujándose boca
sonrisa gesto de palabras

Y aquella voz de poeta Ulalume
la circuncidó el olvido




Berta Fuma

Corro la cortina en busca de la tormenta
y una bracilla ilumina la otra acera
Berta fuma y contempla también la lluvia
con el rostro calzado de resabios
Ella fuma y yo aprieto las mandíbulas
                       Mueca y humo
                  Aún no pasa la tormenta