24 de abril de 2007

Estuario Infinito


José Miguel de Orihuela nació en Villa de Llera, Tamaulipas, el 12 de diciembre de 1962. Poeta, Licenciado en Derecho por la UAT. Estudió dibujo y pintura en el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes. Se integró a los talleres coordinados por los escritores Alejandro Rosales Lugo y Guillermo Samperio. Obtuvo diversos galardones, dentro de los cuales está el primer lugar en poesía en el Concurso Estatal de Literatura Juan B. Tijerina 1992. Colaboró en revistas culturales regionales. Los poemas es esta página fueron tomados del libro Algo así como decir tu nombre (1992), con el que obtuvo el premio antes mencionado. Muere el 6 de enero de 1995.



EL PRIMER PECADO

Creímos ser los primeros,
enlazamos nuestras manos
y por primera vez
la devoción del tacto
llevó el estremecimiento
hasta los huesos.

Prófugos del atavismo,
libres de prejuicio y conveniencia,
nos lanzamos al vuelo
sin importar
que pudiéramos chocar
contra los astros;
poco puede el universo
contra tu pelo,
volviéndose caracoles,
escapando de mis dedos.

Dos ríos uniendo sus brazos,
desnudándose de nombres
en el estuario infinito,
y una inmensa, inmensa pista
de esmeralda cristalina;
pareja de bailarines
liberando movimientos;
cadencia desaforada
en el ritmo de los cuerpos.

Coreografía inesperada
en un teatro de primera,
libre de público avieso
y libre también de ese crítico
entendido en la materia.

Dos soles cruzando rayos
cerca del amanecer;
reflectores encendidos
siguiendo manos y pies.

Los deseos a la deriva
en un torrente de sangre;
un cerebro atormentado,
masoquismo inevitable.
Primero pocas palabras
y después los dos callados,
dando la voz a las manos
y a cada fibra sensible.

Tu cuerpo, luz encerrada,
y el mío, la sombra en tu pie;
fugaces, desesperados,
vencimos a los horóscopos
con un eclipse de piel.



SUEÑO DE ESPIGAS

Despertar
abrazado de algún sueño
se me hizo una costumbre
desmedida,
desde la noche
en que tu piel de luna
entró a seducir
el insomnio
de mis aguas.
No te soñé
en la región del alba,
almidonando
pétalos ardientes,
sino a pleno sol,
deslumbrando mediodías,
alimentándote
de rayos seculares.

Eras planta de trigo,
caña frágil,
paja de oro,
con siete espigas
absorbiendo
la savia indispensable
del otoño.



SALMO PARA MÍ

Bienaventurado
me siento
de pensarte,
de volver a mirarte
en un descuido
de esa rara ubicuidad,
que ahora te lleva
por la ruta interminable
del poniente,
donde te piensas proteger
para olvidarme.

Bienaventurado
me reencuentra
el sol,
ansioso de enamorarme.

Volver a sentir el brillo
de una mirada
en mi cara
y quedarme retratado
en las retinas del alba.

Escuchar
cómo aletea
el corazón prisionero
y mirar cómo lo imitan
los pájaros invisibles
cuyo plumaje es el cielo.

Bienaventurado
me siento,
y el destino se estremece
entre las manos,
como un halcón herido
que vuelve a volar,
a fuerza de sentirse
forjador de nidos
que desafían al aire.

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