18 de noviembre de 2024

Geografía del sueño: una cartografía onírica

 


Geografía del sueño: una cartografía onírica


Por Gerardo A. González Rodríguez

El hombre, un Dios cuando sueña;

 un mendigo cuando piensa.

Friedrich Hölderlin

 

Geografía del sueño es un poemario publicado en este año por el prolífico escritor Ramiro Rodríguez bajo el sello editorial ALJA. Consta de 37 poemas; todos ellos circunscritos, como lo indica el título, al tema de los sueños. Aquí, el lector se verá inmerso en un desfile de imágenes oníricas, donde la realidad es trastocada por la inconsciencia. El tono de los poemas es variopinto. En algunas ocasiones es nostálgico, en otras eufórico. En otras reflexivo, filosófico, en otras, hedonista, dionisiaco. Sin embargo, el tono se expresa a través de los prismas del sueño. El sueño es el que recrea, proyecta y trabaja con la realidad del hablante lírico.


El libro inicia con “Origen”, un poema que conduce al hundimiento de la voz poética hacia la geografía del sueño. Un hundimiento entre espejos interiores. Esta caída tiene un cierto propósito diegético. Así como en un inicio Alicia cae en la madriguera del conejo hacia el País de las maravillas, o el Altazor de Huidobro cae al fondo de sí mismo, la voz poética cae y cruza el límite de la vigilia. Y nosotros caemos junto con ella. Atravesamos una frontera que nos permite realizar el proceso de desconfiguración, del desaprendizaje, para internarnos hacia el abismo lingüístico y caer sobre la red de códigos particulares de la experiencia poética. A partir de aquí, entramos a un mundo surrealista. Treinta y siete estaciones vibrantes.


Sin lugar a duda, entre los temas que debía tocar el poemario era el del surrealismo. Esta vanguardia de principio del siglo XX tuvo una estrecha relación con la inconsciencia, con lo onírico. En Geografía del sueño hay un poema que lleva su nombre. Los primeros versos dicen así:

 

Hay estrellas verdes que vuelan

bajo el cielo, luciérnagas que se encienden

en los labios de la noche

(…) Un surrealismo de estrellas surca

el estío, entumece los ojos

en una especie de catarsis (Rodríguez, 91)

 

No es gratuito que el poema inicie con estrellas. Según Octavio Paz en su ensayo Estrella de tres puntas: el surrealismo, André Bretón consideraba al lucero de la mañana, la estrella de Lucifer, como un símbolo del surrealismo. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. El surrealismo es un ejercicio de la libertad del hombre, una rebelión contra la sociedad racionalista y cristiana. (…) Una empresa revolucionaria que aspira a transformar la realidad. (Paz, 121)


El poemario busca la libertad del inconsciente. Arrancar lo coraza prosaica de las cosas y descubrir el espíritu lírico. Más adelante, en el mismo poema, podemos ver el ejercicio de la libertad.

 

No solo el universo

se desnuda en su catarsis ante los eventos

sobre las páginas; no solo el universo

tiembla como por un cataclismo,

palabras que se abren en el discurso. (Rodríguez, 91-92)

 

Estos versos aluden al ejercicio del cosmos proyectándose sobre el papel, usando como medio la mano de la voz poética, como si esta fuera la mano de un títere. En el fondo, esta actividad recuerda al de la escritura automática. Una técnica impulsada al campo literario por André Bretón y por los surrealistas, que consiste en escribir el fluir de la conciencia sin privaciones morales ni de ningún tipo. En el ensayo referido anteriormente, Octavio Paz menciona que, para él, la escritura automática es más una meta que un ejercicio. Lograr tal estado de inconsciencia es una admirable utopía. En los versos de Ramiro hay un interés metaliterario, una reflexión sobre el Universo que sostiene la pluma y escribe. Es como si el hablante lírico abandonara su estado de vigilia y fuera poseído por la voluntad del cosmos (por medio del sueño), para poder manifestarse en escritura. La utopía total de la escritura automática.

      

Una de las características en varios textos del poemario es retratar la localidad. El mismo Ramiro Rodríguez lo señalaría en su propio decálogo del poeta: Honrarás al pueblo en el poema. A diferencia de lo que podría pensarse, la localidad en la literatura no está peleada con la universalidad. El doctor José Javier Villarreal, en una conferencia, mencionó que los buenos poetas solían ser poetas locales. Y pondría como ejemplo a Homero, quien sin lugar a dudas podría considerarse un poeta local. Un poeta que trascendería fronteras geográficas y temporales desde su aparente estrechez espacial.


Con relación a lo anterior tenemos el poema “Álbum de familia”. Este es uno de tono nostálgico, donde el hablante lírico está dormitando mientras contempla un retrato familiar. El sueño es el que le da vida a los personajes de la foto, el que los libera de la planicie de la imagen y les brinda cierta tridimensionalidad. El poema arranca con la progenitora, la matriarca, cuyo origen de dioses / es la falda de la Sierra Madre, / el follaje intenso de Sombreretillo. Versos más adelante diría: En sus ojos, el desvelo de madre / al cuidado de sus hijos en Nuevo Laredo. (26, Rodríguez) El mismo sueño confunde los contornos de la figura materna con el paisaje del origen, los territorios de la infancia.


Más adelante, el poema, tras un desfile de miembros familiares, concluye con José Luis, o mejor dicho, con su ausencia. Este solo aparece en los labios dulces de su madre. Según podemos suponer por los versos, José Luis se fue a probar mejor suerte en la mística ruptura del viento del norte, es decir, a Estados Unidos (teniendo en consideración que Nuevo Laredo es una ciudad fronteriza). Curioso que el poema termine con un exiliado, de alguien que abandona la geografía común.


En el poema “Desdoblamiento del sueño”, persiste el interés de retratar la geografía local. Encontramos, por ejemplo, que se recrean ciertos paisajes que tienen un valor muy personal para la voz poética. Aquí aparecen las carreteras de Tamaulipas, su flora y su topografía. Al igual que el poema anterior, el sueño confunde los contornos del paisaje, las emociones y los personajes. El sueño produce una experiencia sinestésica, donde las carreteras de Tamaulipas (vista) tienen las huellas de un amigo sobre el asfalto (tacto). O donde se extienden las conversaciones (oído) para enredarse en nogales viejos (tacto).


En su interés por escribir el pueblo, hay poemas que se vuelven un paisaje onírico, como un cuadro hecho de versos. Tenemos, por ejemplo, “Volcán”, un poema que, bien mirado, es como la pintura de un pueblo sepultado por la ceniza volcánica. Por los referentes que arroja el texto, podemos situarlo en la Meseta Purépecha. Siendo de esta forma, estaríamos hablando del volcán Paricutín. Aquel volcán relativamente nuevo, que nació en 1943 y que sepultó dos comunidades, el homónimo y el Parangaricutiro. Es la lírica del sueño que da vida a la fosilización de aquellas civilizaciones. Los versos dicen de esta forma:

 

Nos volvimos otros que nunca fuimos,

otros que copulaban con la memoria.

Nos regocijamos en la tragedia,

en el desastre, en el vientre verídico

de la historia. (Rodríguez, 88)

 

Todo el poema es una recreación de una vida previa a la catástrofe.


Un punto imposible de no destacar es el fenómeno de la metaliteratura en la poesía de Ramiro. Como bien se sabe, la metaliteratura es la forma en que la literatura reflexiona sobre sí misma. Crea la ilusión de traspasar la frontera diegética, lo que en el cine se considera la cuarta pared. En el caso de Ramiro Rodríguez, su metaliteratura es un poco más sutil, menos obvia. El doctor Adán Echeverría exploraría este rasgo con mayor profundidad en su ensayo “Ramiro Rodríguez: protagonista y protector de la palabra en el noreste de México”. Aquí se expone que una gran parte del corpus literario de Ramiro hace una constante referencia a la literatura misma, al oficio del escritor, al poema encarnado en mujer. En palabras de Echeverría:

 

(…) dentro del recorrido por la obra del poeta, (…) los temas sobre los que el autor construye su propio universo es esa inmensa idea de servir y servirse de la palabra, de ser escritor a toda hora, de ser la reencarnación posible de uno de esos aedas, así como protector de la palabra. (Echeverría, 74)

 

En efecto. En muchos de los poemas hay una apología subterránea de la literatura. Un amor, una pasión hacia ella. No es casualidad que entre las palabras claves del poemario podamos encontrar: hoja, página, palabra, tatuaje, tinta, discurso, libro. En el poema “Letargo”, por ejemplo, nos habla sobre la sensación que indica el título. Los versos dicen así:

 

Sentado bajo la sombra,

tocando la superficie

de un libro imaginario,

me desdoblo

como idea abstracta

que se arrincona

para que pase el sueño. (Rodríguez, 105)

 

Aquí, me parece que el hablante lírico se encuentra en un dificultoso momento de agrafía. Es decir, la dificultad de expresar sus ideas literarias y proyectarlas en el papel. La sombra es la oscuridad, la falta de lucidez. La superficie del libro imaginario es el ideal aún no alcanzado (la escritura), la idea abstracta arrinconada: la dificultad de expresarse. No por nada la última palabra del texto es silencio. “Letargo” es un poema bello y desconcertante, donde puede considerase el estado de la agrafía como el insomnio de los poetas, de los escritores.


El poema con que cierra el libro se titula “Geografía”. Este es un poema breve. Consta de doce versos. Es una pequeña condensación de la idea general del libro. Una reflexión en la que el sueño llena de vida, de lírica, la realidad. Los últimos versos son sentenciosos, demoledores. Si en un principio se menciona que todos los hombres están inmersos en la geografía personal de los sueños, hay aquellos que han extraviado su brújula interna, que se han perdido en los laberintos prosaicos de la realidad. Aquellos son (como lo diría el poema) los hombres de lengua petrificada en el polvo de los años. Considerando el punto de la metaliteratura en Ramiro Rodríguez, la condición de lo ágrafo vuelve a aparecer. Pero esta vez, traspasa las fronteras del oficio del escritor, y señala a los zombies cotidianos, a aquellos seres secos, incapaces de expresarse. Los muertos en vida.


Para finalizar, me parece oportuno mencionar una frase que aparece en un cuento de Enrique Vila Matas. Aquí, el narrador recuerda un mensaje escrito en el muro de un manicomio “Viajo para conocer mi geografía”. (Vila-Matas) La experiencia de la lectura podría considerarse como un viaje, una exploración hacia otros mundos, otras dimensiones. El poemario de Ramiro Rodríguez es un mundo onírico, lleno de paisajes extraordinarios. Cabe decir que uno no sale inmune de su lectura. Uno no cierra las tapas del libro y regresa a la rutina como si nada hubiera pasado. No. Su lírica tiene algo contagioso. Suministra de poesía la realidad. Su interés metaficcional va más allá de un simple juego literario, su estilo escapa de las páginas y uno empieza a ver la vida a través de los prismas del sueño. Reverdece los desiertos cotidianos. Ilumina la geografía interna, los países y continentes que tenemos dentro de nosotros.

 



Bibliografía

Echeverría, Adán. (2023). Introspectiva. Conversatorio sobre la obra de Ramiro Rodríguez. México: Catarsis Literaria

Paz, Octavio. (2008). Las palabras y los días una antología introductoria. México: Fondo de Cultura Económica

Rodríguez, Ramiro. (2024). Geografía del sueño. México: ALJA

Vila-Matas, E. (2010). Suicidios Ejemplares. España: Anagrama

2 de septiembre de 2024

Geografía del sueño

 

Geografía del sueño de Ramiro Rodríguez

Por Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Recientemente he podido leer el poemario Geografía del sueño, editado en 2024. Se trata de una edición de pasta dura, con una elegante selección de papel y tipografía. Como muchas de las obras de Ramiro Rodríguez, en esta se abordan sus reflexiones ante la vida, sus vivencias y su destino como artífice de las palabras para traducir lo que puebla en su mirada. Como se intuye por el título, el hilo conductual a través de los textos es lo onírico. No obstante, aquel espacio no es ni para la fantasía ni para lo surreal. El sueño en esta obra es una balsa estrecha pero segura, donde el autor rememora distintos pasajes de la memoria y se proyecta en pequeñas vidas paralelas donde no han dejado de acontecer muchos de los sucesos que cuenta. Además, su estilo particular se centra en adjetivos nostálgicos, dispuestos como las cuentas de un rosario pasional.

Nos reconocemos como palabras

en el vidrio, brota la desnudez

en la fijeza de la lluvia

y lavamos impurezas de siglos

en la lengua. La fijeza de nuestros ojos

se difumina con el parpadeo

de luciérnagas errantes”. (pág. 55)

Cuando el autor nos dice lo anterior, nos deja entrever que su objetivo es comprender los lazos que se dan entre el lenguaje y los recuerdos, así como los caudales que mantienen la esperanza para encontrarse dentro de su presente metafísico. No abusa ni de los conceptos ni de la retórica, sino que presenta ideas muy claras hilvanadas con el aliento de quien revive cada segundo de lo que canta en la carne mancillada por las ausencias. Para Ramiro, esta manera de estar en su pasado es terapéutica, y finca dentro del aire los filamentos de múltiples presencias fantasmales que cobran dimensiones en los hechos, en los cuerpos y rostros que habitaron, así como su carácter, como su manifestación vital dentro atrapada en los pensamientos del poeta. No obstante, no son cantos dolorosos, porque la nostalgia es un elemento que conecta cada sitio por el que nos lleva, sin atisbos de amargura o rencor.

Incluso cuando aborda la muerte de seres queridos, no se lacera las carnes propias con la orfandad de los hubiera, sino que los reconstruye de frente, así como conversaciones no terminadas que quedaron detenidas en sus ojos. Ahora que vuelve la mirada atrás, el poeta descubre detalles que estaban impresos en esos recuerdos y que florecen, según la cadencia de su voz. Porque estas geografías indican que hay sitios que permanecen dentro de nosotros, espacios físicos a los que se puede acceder alguna vez durante la vida para encontrar lo que pensábamos perdido. Aunque no es un viaje ni solemne ni pecaminoso, estas provincias que vamos acompañando —según escapan de sus murmullos— regresan el mundo a un estado ideal, un punto en el cual el poeta concibe la realidad casi perfecta y que no transcurre jamás, que no se desgasta ni estropea, porque no hay espacio para la entropía en sus cartografías privadas. Así, nos dice:

Camina por las veredas del sueño

en búsqueda de palabras en los labios,

su voz se desnuda en el aire

como cuando en cenzontle presiente

la llegada del otoño”. (pág. 29)

Las oraciones no sólo son positivas, en tiempo presente, y cargadas de vitalidad, sino que nos invitan a reconocer que todo tiempo pasado permanece detenido hasta que regresamos a él, ya sea porque lo necesitamos, o bien porque en el imaginario de la poiesis, irremediablemente regresamos al mismo punto, como afirman algunas tribus indígenas.

Ese espacio liminal de lo onírico también permite abordar el duelo como ese otro sueño imperfecto que lastra el aliento del poeta para enfermarlo de nostalgia, cuando rememora “Las ventanas se abren durante el sueño / a la invasión de aves nocturnas” o “Se extienden las conversaciones / para enredarse en nogales viejos”. Aunque no se limita a la pérdida de las personas, encarna sensaciones dentro y fuera de la piel, instantes cotidianos que horadaron en su mente, y a través de los cuales se atreve a hacer confesiones y testimonios de su paso por la vida de los demás. Pero no es un cantar lastimero ni cansino, porque en él el lenguaje florea como campanillas de luz en las que va cayendo la lluvia, y con ese ritmo despierta en pequeños mundos que flotan a su alrededor, independientes de su estado de ánimo, su edad, su hartazgo por la pobreza de las palabras para restituir cada instante vivido a su estado original. El poeta no se cansa de hablar con sombras, porque las sombras somos sus lectores quienes, duchos en el voyerismo, somos testigos de aquellos viajes en los que se sumerge el autor, tan maduro en sus herramientas líricas que prefiere la claridad de lo honesto antes de la falsa virtud de lo barroco.

Esta Geografía del sueño implica además que hay conciencia de que sus visitas pertenecen a lo inmaterial, por lo que al elegir la palabra sueño hace una confesión pública de la irremediable aceptación de los hechos, ya que no necesita ni de la ilusión ni del engaño para soportar el cansancio del viaje, que ni siquiera ha terminado. En esta colección de respiraciones vemos una intimidad herida que se ha visto obligada a continuar de frente porque nadie escapa del influjo del tiempo, que la acepta en su imperfección y que busca en el lenguaje la mejor manera para trazar portales y oráculos hacia el futuro en el que desea estar, libre de la nostalgia, atesorando sus vidas como un Funes pródigo de los dones de la vida. Esta obra es un acto de reconciliación con el duelo, el arte de soportar la degradación de la realidad.

9 de julio de 2024

La persistencia del sueño

 


La persistencia del sueño en Geografía del sueño 

de Ramiro Rodríguez

Por Estela Guerra Garnica

Morelia, mayo 2024

En esta obra, Ramiro Rodríguez nos introduce a sus sueños, o quizá, sus ensueños. Paseamos con él por las calles de su memoria, en un ir y venir de la vigilia al mundo onírico, conducidos por su mirada de poeta, aquella que encuentra belleza en cualquier sitio y la describe con la elegancia de cisne nadando en el estanque.

El concepto del poemario es una incursión al surrealismo. El autor sueña que alimenta con luz a la luna enjaulada, o es la luna la que ilumina los rincones de su memoria. Aquí es evidente la influencia de Rulfo llevando de la mano a Ramiro por las calles de Comala para conversar con los habitantes de su memoria. También hay influencia de escritoras como Elsa Cross y Alejandra Pizarnik y, desde luego, Octavio Paz. Se trata de una sinfonía de la realidad que el poeta observa y metamorfosea en sus sueños, esos que describen una geografía donde el placer es el protagonista principal. Placer de vivir, de conocer, de escalar volcanes y ver a los pescadores convertidos en dioses lanzando sus redes ante peces que sueñan con ser pájaros.

Por ejemplo, el poema "Peregrinos" de la página 71, me recuerda el estilo de Elsa Cross:

“[…]

peces que saltan en la superficie

en intento frustrado

de convertirse en pájaros,

de entumecerse como nubosidad 

en el cielo, abiertos al hedonismo 

del mundo”.

Geografía del sueño es un mapa donde descubrimos las posibilidades de escribir poesía íntima, que no necesariamente intimista. También es la construcción de un puente entre la realidad cotidiana y los múltiples universos expandidos gracias a la lectura de otros buscadores como los poetas mencionados arriba.

Esta construcción es ventaja y recurso de los orfebres de la palabra como Ramiro porque representa la posibilidad de encontrar refugio en nuestros mundos interiores y explorar en la memoria para no perdernos en el caos del mundo. Además, es posibilidad para generar belleza, la cual encuentro a raudales en estas páginas. 

Por ejemplo, del poema de la página 61 titulado "Sobre la memoria", dice Ramiro:

“He visto mucho más que los colores

de la tierra, el sabor del agua que transpiran

los astros, los aromas del campo,

el resuello de las bestias; he visto

esos párpados de misterio en los nogales,

ocultos en el follaje de la mimesis,

contemplación del incendio, mis huellas

hacia la escollera [silbido del viento],

el musgo en los troncos que sustrajo

la tempestad de tierras remotas”.

Otro ejemplo es el poema "Rutina" de la pág. 32:

"Los pájaros

me nombran heredero de las parvadas,

continuidad de plumaje

en la amplitud del vaho,

los pájaros como flechas en su vuelo

de otoño [pájaros ocultos

como sombra en el sueño], entes

que tiñen la transparencia

del aire”.

Geografía del sueño es una valiosa propuesta para los amantes de la buena poesía. Se trata de una voz madura y sólida con probadas estrategias creativas como la écfrasis. Lo sé porque en los primeros once poemas de este libro, Ramiro utilizó imágenes de pinturas que sirvieron como base para un ejercicio colectivo que hicimos en el año 2021, justo durante la pandemia.

Recurrir a lo onírico como fuente creativa fue utilizado por el movimiento surrealista creado a principios del siglo pasado. Aquel movimiento buscaba cambiar a la sociedad por medio de la revolución al romper la formalidad del discurso literario y artístico que representa a la realidad.

A cien años de su surgimiento, el surrealismo está regresando o quizá nunca se fue, pero ahora tiene un sentido más individual, ahora se trata de entender y representar el mundo privado del individuo del mismo modo que siempre, pero sin una intención revolucionaria… ¿o sí?

En el poema "Fijeza" de la pág. 54 encuentro influencia de Octavio Paz. En él se narra la historia del vivir y dormir, crear vida y soñar, y como dice el autor: “soy un sueño dentro del sueño” y “al entrar en el sueño, nos repetimos en todos los espejos”:

“[…]

Somos fusión de luz

para el fuego del origen.

Caemos como dioses en destierro,

temblor de humedades

[…] Nos reconocemos como palabras 

en el vidrio, brota la desnudez 

en la fijeza de la lluvia

y lavamos impurezas de siglos 

en la lengua. La fijeza de nuestros ojos

se difumina con el parpadeo

de luciérnagas errantes".

No faltan, desde luego, reflexiones filosóficas, erotismo, sensualidad, y sin recato, Ramiro critica a las beatas que son como las iglesias: vacías. También se aventura, aunque con algo que parece timidez, a la exploración de neologismos como escribe en el poema "Sobre el mar" de la pág. 48:

“A veces mis pasos huellan la espuma [...]

estoy condenado a petrificarme en el faro,

a estatuarme en la hora de mirar la espuma,

a amanecerme con el murmullo en mi oído

como náufrago en las playas”.

Cierro estos comentarios con estos versos de Ramiro Rodríguez en el poema "Geografía", el cuel cierra la obra en la pág. 114:

“Nadie escapa

a la red incompresible de los sueños

nadie a los laberintos de las palabras”.

Y yo añado: Nadie escapa al poder de la poesía. 

Para mí, Geografía del sueño es el equivalente de la pintura de Salvador Dalí: “La persistencia de la memoria” creada en 1931, pletórica de representación de arquetipos, igual que este libro. 

15 de junio de 2024

Laberintos vertiginosos del sueño en Geografía del sueño

 

Laberintos vertiginosos del sueño en Geografía del sueño de Ramiro Rodríguez

Por Raúl Castelo Hidalgo

Michel de Montaigne subraya: “Dice Cicerón que filosofar no es más que aprestarse a la muerte. O que toda la sabiduría y discurso del mundo se resuelven en enseñarnos a no temer morir”. (1). No hay más que ver la amplitud de las manifestaciones, de enseñarnos a vivir que de los resquicios de las vidas cotidianas realiza el poeta Ramiro Rodríguez, y darnos cuenta de su talante epistemológico diverso, de su discurrir, sin afectaciones lingüísticas, por los caminos entreverados de la vida y la escritura, para brindar, a la manera de un bardo que nos sumerge en otras realidades, una obra más allá de los versos sobrepuestos para impresionar a sus seguros lectores, una obra poética que atiende siempre a la vida, Geografía del sueño, y aprender a vivir en la caricia libertaria del conocimiento tan necesitado de acercarse a la naturaleza y tan necesitado de abrevar del espíritu, lo cual implica un desprendimiento, algunas veces doloroso, para proveer el crecimiento y la estrechez, vaya paradoja, de ir muriendo en el intento continuo de vivir con las alas desplegadas, y no por ello aterrizar para meditar el sueño, la memoria, las palabras, los ojos y los espejos, las ventanas y puertas sumergiéndose a otros mundos, las paredes para limitar los excesos de identidad, las sombras sin un cuerpo que las soporte, los rituales que de no soltarse a tiempo encadenan el fuego interno.

Nos dice William Blake: “Quienes frenan al deseo, lo hacen porque el suyo es bastante débil como para ser contenido. Así, quien contiene, o la razón, usurpan su lugar y gobiernan a los que se resisten” (2). La soledad, esa vieja compañera que nos traga para despertarnos, el origen de los pasos que nos tatuaron en una célula, los orgasmos de las luciérnagas al tocar el corazón construido por haces de luz y los relojes, pozos sin fondo donde se conjuntan los hoyos negros de cada existencia.

En esta esencia del placer al conocimiento, de su acercamiento solemne y grácil al sonido aletargado de quien hace de su camino filosofía y por lo tanto, plenitud, Ramiro Rodríguez exhala:

“Yo he visto lo que he visto

sobre la tierra, yo he visto lo que nadie,

la oxidación de tijeras que cortan el sueño,

los puñales mortales de la furia,

imágenes que tiemblan bajo los astros”.

(Poema “Sobre la memoria”)

Poeta visionario, sin los disfraces de los hacedores de versos de un realismo mágico calcado en Comala para sobresalir, Ramiro Rodríguez desnuda las metáforas del atavismo grandilocuente y propone su filosofía personal cercana a su origen, allí donde se incuban los hechos y las palabras, allá donde el espíritu abreva y desciende su aliento creativo, a ras de tierra, sin temor a equivocar una expresión que delate una falsa posición ante el hecho creativo; por el contrario, reafirma el ímpetu, la sonoridad, la historia, el soplo de los profundos poetas, la invisible imagen de los espacios y los tiempos para construir la geografía de un cuerpo apetecido por los amantes de los sueños y deletrearlo y desintoxicarse de falsos paraísos conociendo de frente las rebanadas de una realidad exquisita.

La geografía y el sueño, Geografía del sueño, cuerpo verbal hecho de tierra, utopías para quien desconoce la cercanía consigo mismo y la comunión con las y los otros, veredas, turbulencia de las espumas, aromas, ceniza blanqueada, insomnio en el limbo de la transparencia, pulsar el corazón de alguien más, intermitencia de los rezos tatuados mientras el sueño crucifica las imágenes y los razonamientos. Dice el poeta:

“Los golpes se asoman por las ventanas,

espían a las personas en sus recámaras,

encuentran contornos en las paredes,

se reflejan en espejos vacíos, repetición

de tatuajes como hormigas en las puertas”.

(Poema “Golpes”).

Golpes de un sueño marchando a través de la geografía de un cuerpo, obra poética que, en su vestimenta surrealista, configurando el pensamiento lógico, nos deja ver las mil caras de la cotidianeidad con lucidez y claridad, con la maestría y sencillez de quien se sabe puesto en el mundo para rememorar las experiencias y abordarlas en la entrega diurna del vuelo de la memoria.

En Ramiro Rodríguez se asoma la paciencia del labrador y el explorador intermitente, el oficio del escritor prolífico en su búsqueda perenne de tierras vocabulares que confrontar. Dice Michel de Montaigne: “La experiencia me ha  enseñado que la impaciencia nos arruina”. (3)  Rodríguez conoce la cartografía para asumir el crecimiento del follaje de un libro salpicado de semillas condensadas de religiosidad, o mejor dicho, de religar la geografía de lo vivido para acechar la conciencia poética de lo que late y ensoñar con placidez las creencias familiares, esas, las que cimientan un aliento carnal, él lo sabe, que nos seguirán en la búsqueda de una utopía. Experiencia y memoria no siempre se corresponden.

El ser humano es en sí mismo experiencia, en cada acto significa su quehacer; sin embargo, dependiendo de la sensibilidad y puesta en escena, lo muestra o lo guarda en su faltriquera emocional. Algunas veces el exceso de una experiencia sobresaliente lo incita a socializarla en demasía dando fruto a un narcisismo que enmascara el hecho real y, en este sentido, la memoria atesora las experiencias que el sujeto prefiere poner a disposición de las relaciones sociales, las filtra.

En Geografía del sueño el poeta Ramiro Rodríguez, pausadamente…

Se desintegra como humo

en el naufragio de las palabras”.

(Poema “Origen”)

“Al extinguirse el aliento del coloquio

[cuando se aletargan los labios]

me asomo al túnel de espejos rotos;

ahí aparecen imágenes en los ojos,

nacen discursos en la memoria,

sombras que se impregnan de máscaras”.

(Poema “Rutina”)

“Cuando cierro mis ojos

cada noche, muero pensando

en las máscaras del olvido,

muero en la orfandad que hereda

la memoria, muero como insecto

sin alas en la almohada”.

(Poema “Limbo”)

“Las beatas son fantasmas…

[rostros agrietados por haces de lujuria,

ahogados en la superficie roja

del desenfreno]…

salen por el pórtico de la iglesia…

no contentas

con la elocuencia del sacerdote”.

(Poema “Beatas”)

El poeta no sabe de amnesia, rememorando se desintegra en el chasquido de la lingüística pegada a su piel y se asoma para mirarse en el cónclave de espejos rotos, úteros del verso desnudo, sin miedo a la muerte, nos recuerda Cicerón, disfruta el vivir, la memoria lo despoja de un rincón para guarecerse y él prefiere rememorar la experiencia del abrazo lúdico de quien reza, mira y se ofrece a Dios… “para expiar sus culpas”. (Poema “Beatas”). Recuerda George Bataille: “El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser”. (4) Con Ramiro Rodríguez, el sueño sueña la experiencia de un poeta que se desdobla para mirar la memoria.

No hay memoria sin erotismo, no hay experiencia erótica sin haber trascendido los escarceos religiosos, el silencio, el bisbiseo y la relajación que otorga la angustia de expulsar esa lava blanca como espuma, de haber vivido el sueño de hacer la crónica de la memoria histórica de una geografía en el devenir de la vida, en la intermitencia de la “Desnudez sobre sábanas, / intermitencia de peces en el vientre / como vastedad de espuma, / esta noche dos cuerpos desgastados / se condensan sobre la cama, / orgasmos a intemperie, / disolución, calentura en la geografía / del sueño”. (Poema “Intermitencia”).

Sin temor a equivocarme, ya estamos, a partir de la poesía de Ramiro Rodríguez, poeta que nos acerca “a los laberintos vertiginosos del sueño” tocando las imágenes de la geografía, trasladándonos de la memoria al sueño, de las palabras a la disrupción de lo concreto.


Citas: 

1. Montaigne, Michel de. De la experiencia y otros ensayos. Ed. Arane. México, 2012, p.7.

2. Blake, William. Poesía completa. Edicomunicación. México, 1999, p. 241.

3. Montaigne, Michel de. De la experiencia y otros ensayos. ED. Arane. México, 2012, p. 78.

4. Bataille, George. El erotismo. Ed. TusQuets. México, 2021, p. 33. 

20 de julio de 2020

Festival de luz entre dos cuerpos


CALLA


No cuentes todo lo nuestro
ni reveles nuestro secreto.
El amor debe ser así, tímido,
callado, entre dos almas
y festival de luz entre dos cuerpos.
No reveles mucho, corazón,
de nuestras tardes de invierno
en esa habitación cálida,
en esos minutos sólo nuestros.
Caricias silenciosas, piel ardiente
y un vendaval de besos, de suspiros,
era nuestra música candente.
No reveles a nadie, mi amor,
los poemas que te susurré al oído
ni des a luz nuestro más oscuro secreto.
Las historias de pasión no se cuentan,
se viven entre las sábanas
de una habitación desconocida
con un gramo de olvido y un adiós
entre lágrimas. Breve, pero épico.
Así fue nuestra historia, bella,
un cruce de dos almas
que se amaron por momentos
y después, sólo un lindo recuerdo.



OFRENDA DE AMOR


Te ofrezco una flor
por cada uno de los días
en que me hiciste feliz.
Una flor sencilla, una ofrenda
por cada abrazo cálido,
por cada beso del alma,
por cada una de las caricias
que, en esas noches de octubre,
compartíamos bajo sábanas,
en esa fiesta perpetua
de pasión y locura.
Y ahora, que lejana estás de mí,
recuerdo, a un año de distancia,
el maravilloso regalo de tu cuerpo
y la magia luminosa de tus besos.
Acepta mi ofrenda, amor,
como el testimonio de alguien
que aún añora esos momentos
y que sueña, delira, desespera
por esa sonrisa y esos ojos
que un día fueron el centro
del más lindo universo.



AUSENCIA


Si un día tu corazón se cansa
de latir junto a mi cuerpo,
de palpitar con mis caricias
y de cantar las más dulces canciones.
Si un día tus alas se alejan
en busca de otros cielos
y tus manos acarician otras nubes
y tu voz canta otras canciones,
te juro, mi amor, que no vas sola,
mi voz y mi pasión te siguen
en tierra, mar y aire, en verano e invierno,
en barcas que se deslizan entre lunas
o en carruajes guiados por unicornios
entre montañas y entre ríos.
Seguiré las huellas de tus pies,
el aroma de tu cuerpo, el eco
de tu risa entre las flores
y las sílabas extraviadas
de los mil poemas que escribí
en tu piel ardiente con mis labios
en esas noches de luna, esa viajera.



ALAS


Sus alas tenían magia
para volar entre sueños,
recorrer los paisajes más oscuros
y salir indemne, luminosa.
Cruzaba los pantanos y los mares
con esas alas de loca imaginación
y jamás manchaba sus plumas.
Ella era, más que una mujer o un ave,
la hija de la luna, Lilith reencarnada.
Sus besos eran fuego intenso
y sus manos, viento del sur,
húmedo y cálido, remolino.
Sus alas nunca cesaban de moverse
cuando volaba sobre mí
y su boca succionaba, mordía
lo más noble de mi cuerpo.
Era un torbellino insaciable
y sus alas, ¿te he contado de sus alas?
Eran la vida esplendorosa, el vicio
de la carne en plenitud. Era eso
y miles de pecados nunca imaginados.
Vuelos como ésos, nunca más
han sucedido en mis noches de locura.
Esa es la razón de mi sueño eterno.




Antonio Quintero Hernández. Poeta, ensayista tamaulipeco. Obtuvo el premio de poesía Juan B. Tijerina dos veces. Autor de Poemas de marzo, Poemas para desatar una tormenta y Los rituales del siglo. El maestro Orlando Ortiz incluye parte su obra en Veinte poetas del siglo XX y Ensayo panorámico de la Literatura en Tamaulipas del ITCA. 

13 de enero de 2019

Luz endurecida por el tiempo



Noche azul cobalto

Te conocí una noche de azul cobalto,
esa luz endurecida por el tiempo.

La luna despertó al cruce de miradas
en medio de gente buscando el suicidio
justo ahí donde grita la vida:
¡vendrá un sol nuevo cada día!

Y yo curioseando entre tus sombras
mientras tú veías mis vacíos.

No hubo error en las caricias.

El amor, holograma nacido entre huecos
nos lleva a explotar en luz multicolor,
aun en grutas olvidadas por el tiempo.



Duele el mundo en el costado

Me duele el mundo en un costado
por la gente nacida para el odio.
Duele el mundo en esa parte de mí
que no puede comprender
la violencia entre los hombres.

El amor es quimera y laberinto,
afán de que las cosas marchen bien,
pero lo perfecto no es humano.

Una paloma se posa frente al hombre
que sufre su derrumbe
y vuela, asustada, entre la neblina
o el humo de pólvora quemada.

¿Cuándo desandamos el camino
que hemos regresado a las cavernas?



Poema

Te sueño en el páramo inventado por tu risa
y deshago la madeja enmarañada del tiempo.

Sé que no vendrás. Tus alas no conocen
el rumbo de mis vientos, pero no importa.

Te sé dulce como espuma de leche,
conozco tu paso de animal enamorado.

La aurora trae el sonido del sol,
amarillo recuerdo del amor que no tuvimos.



Estela Guerra Garnica (V. de Tamascalcingo, Estado de México). Poeta, narradora y cronista. Su trabajo aparece en múltiples publicaciones colectivas, revistas, diarios y páginas electrónicas en México y otros países.