15 de junio de 2024

Laberintos vertiginosos del sueño en Geografía del sueño

 

Laberintos vertiginosos del sueño en Geografía del sueño de Ramiro Rodríguez

Por Raúl Castelo Hidalgo

Michel de Montaigne subraya: “Dice Cicerón que filosofar no es más que aprestarse a la muerte. O que toda la sabiduría y discurso del mundo se resuelven en enseñarnos a no temer morir”. (1). No hay más que ver la amplitud de las manifestaciones, de enseñarnos a vivir que de los resquicios de las vidas cotidianas realiza el poeta Ramiro Rodríguez, y darnos cuenta de su talante epistemológico diverso, de su discurrir, sin afectaciones lingüísticas, por los caminos entreverados de la vida y la escritura, para brindar, a la manera de un bardo que nos sumerge en otras realidades, una obra más allá de los versos sobrepuestos para impresionar a sus seguros lectores, una obra poética que atiende siempre a la vida, Geografía del sueño, y aprender a vivir en la caricia libertaria del conocimiento tan necesitado de acercarse a la naturaleza y tan necesitado de abrevar del espíritu, lo cual implica un desprendimiento, algunas veces doloroso, para proveer el crecimiento y la estrechez, vaya paradoja, de ir muriendo en el intento continuo de vivir con las alas desplegadas, y no por ello aterrizar para meditar el sueño, la memoria, las palabras, los ojos y los espejos, las ventanas y puertas sumergiéndose a otros mundos, las paredes para limitar los excesos de identidad, las sombras sin un cuerpo que las soporte, los rituales que de no soltarse a tiempo encadenan el fuego interno.

Nos dice William Blake: “Quienes frenan al deseo, lo hacen porque el suyo es bastante débil como para ser contenido. Así, quien contiene, o la razón, usurpan su lugar y gobiernan a los que se resisten” (2). La soledad, esa vieja compañera que nos traga para despertarnos, el origen de los pasos que nos tatuaron en una célula, los orgasmos de las luciérnagas al tocar el corazón construido por haces de luz y los relojes, pozos sin fondo donde se conjuntan los hoyos negros de cada existencia.

En esta esencia del placer al conocimiento, de su acercamiento solemne y grácil al sonido aletargado de quien hace de su camino filosofía y por lo tanto, plenitud, Ramiro Rodríguez exhala:

“Yo he visto lo que he visto

sobre la tierra, yo he visto lo que nadie,

la oxidación de tijeras que cortan el sueño,

los puñales mortales de la furia,

imágenes que tiemblan bajo los astros”.

(Poema “Sobre la memoria”)

Poeta visionario, sin los disfraces de los hacedores de versos de un realismo mágico calcado en Comala para sobresalir, Ramiro Rodríguez desnuda las metáforas del atavismo grandilocuente y propone su filosofía personal cercana a su origen, allí donde se incuban los hechos y las palabras, allá donde el espíritu abreva y desciende su aliento creativo, a ras de tierra, sin temor a equivocar una expresión que delate una falsa posición ante el hecho creativo; por el contrario, reafirma el ímpetu, la sonoridad, la historia, el soplo de los profundos poetas, la invisible imagen de los espacios y los tiempos para construir la geografía de un cuerpo apetecido por los amantes de los sueños y deletrearlo y desintoxicarse de falsos paraísos conociendo de frente las rebanadas de una realidad exquisita.

La geografía y el sueño, Geografía del sueño, cuerpo verbal hecho de tierra, utopías para quien desconoce la cercanía consigo mismo y la comunión con las y los otros, veredas, turbulencia de las espumas, aromas, ceniza blanqueada, insomnio en el limbo de la transparencia, pulsar el corazón de alguien más, intermitencia de los rezos tatuados mientras el sueño crucifica las imágenes y los razonamientos. Dice el poeta:

“Los golpes se asoman por las ventanas,

espían a las personas en sus recámaras,

encuentran contornos en las paredes,

se reflejan en espejos vacíos, repetición

de tatuajes como hormigas en las puertas”.

(Poema “Golpes”).

Golpes de un sueño marchando a través de la geografía de un cuerpo, obra poética que, en su vestimenta surrealista, configurando el pensamiento lógico, nos deja ver las mil caras de la cotidianeidad con lucidez y claridad, con la maestría y sencillez de quien se sabe puesto en el mundo para rememorar las experiencias y abordarlas en la entrega diurna del vuelo de la memoria.

En Ramiro Rodríguez se asoma la paciencia del labrador y el explorador intermitente, el oficio del escritor prolífico en su búsqueda perenne de tierras vocabulares que confrontar. Dice Michel de Montaigne: “La experiencia me ha  enseñado que la impaciencia nos arruina”. (3)  Rodríguez conoce la cartografía para asumir el crecimiento del follaje de un libro salpicado de semillas condensadas de religiosidad, o mejor dicho, de religar la geografía de lo vivido para acechar la conciencia poética de lo que late y ensoñar con placidez las creencias familiares, esas, las que cimientan un aliento carnal, él lo sabe, que nos seguirán en la búsqueda de una utopía. Experiencia y memoria no siempre se corresponden.

El ser humano es en sí mismo experiencia, en cada acto significa su quehacer; sin embargo, dependiendo de la sensibilidad y puesta en escena, lo muestra o lo guarda en su faltriquera emocional. Algunas veces el exceso de una experiencia sobresaliente lo incita a socializarla en demasía dando fruto a un narcisismo que enmascara el hecho real y, en este sentido, la memoria atesora las experiencias que el sujeto prefiere poner a disposición de las relaciones sociales, las filtra.

En Geografía del sueño el poeta Ramiro Rodríguez, pausadamente…

Se desintegra como humo

en el naufragio de las palabras”.

(Poema “Origen”)

“Al extinguirse el aliento del coloquio

[cuando se aletargan los labios]

me asomo al túnel de espejos rotos;

ahí aparecen imágenes en los ojos,

nacen discursos en la memoria,

sombras que se impregnan de máscaras”.

(Poema “Rutina”)

“Cuando cierro mis ojos

cada noche, muero pensando

en las máscaras del olvido,

muero en la orfandad que hereda

la memoria, muero como insecto

sin alas en la almohada”.

(Poema “Limbo”)

“Las beatas son fantasmas…

[rostros agrietados por haces de lujuria,

ahogados en la superficie roja

del desenfreno]…

salen por el pórtico de la iglesia…

no contentas

con la elocuencia del sacerdote”.

(Poema “Beatas”)

El poeta no sabe de amnesia, rememorando se desintegra en el chasquido de la lingüística pegada a su piel y se asoma para mirarse en el cónclave de espejos rotos, úteros del verso desnudo, sin miedo a la muerte, nos recuerda Cicerón, disfruta el vivir, la memoria lo despoja de un rincón para guarecerse y él prefiere rememorar la experiencia del abrazo lúdico de quien reza, mira y se ofrece a Dios… “para expiar sus culpas”. (Poema “Beatas”). Recuerda George Bataille: “El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser”. (4) Con Ramiro Rodríguez, el sueño sueña la experiencia de un poeta que se desdobla para mirar la memoria.

No hay memoria sin erotismo, no hay experiencia erótica sin haber trascendido los escarceos religiosos, el silencio, el bisbiseo y la relajación que otorga la angustia de expulsar esa lava blanca como espuma, de haber vivido el sueño de hacer la crónica de la memoria histórica de una geografía en el devenir de la vida, en la intermitencia de la “Desnudez sobre sábanas, / intermitencia de peces en el vientre / como vastedad de espuma, / esta noche dos cuerpos desgastados / se condensan sobre la cama, / orgasmos a intemperie, / disolución, calentura en la geografía / del sueño”. (Poema “Intermitencia”).

Sin temor a equivocarme, ya estamos, a partir de la poesía de Ramiro Rodríguez, poeta que nos acerca “a los laberintos vertiginosos del sueño” tocando las imágenes de la geografía, trasladándonos de la memoria al sueño, de las palabras a la disrupción de lo concreto.


Citas: 

1. Montaigne, Michel de. De la experiencia y otros ensayos. Ed. Arane. México, 2012, p.7.

2. Blake, William. Poesía completa. Edicomunicación. México, 1999, p. 241.

3. Montaigne, Michel de. De la experiencia y otros ensayos. ED. Arane. México, 2012, p. 78.

4. Bataille, George. El erotismo. Ed. TusQuets. México, 2021, p. 33. 

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