7 de enero de 2012

Donde Habitan las Imágenes



Por NoraIliana Esparza Mandujano

Sabía que no podía ser, aunque era un amor que brotaba a borbotones como la sangre de una herida mortal, era un amor sin mañana, sin destino.

Aunque no se citaron, asistió a esa casa fuera de la ciudad y del alcance de miradas indiscretas, morbosas. Hasta entonces ese era su esporádico paraíso personal. Por alguna extraña razón, sabía que ahí estaba. 

A cada lado del camino, las hojas secas les daban la bienvenida a ella y al otoño que se anunciaba frío, lluvioso, melancólico. En su pecho albergaba un sentimiento de agitación. Transcurrieron varios meses desde el último encuentro y ahora unos cuantos metros se le antojaban interminables para llegar a sus brazos.

A medio camino, un tronco carcomido y lleno de moho le invitaba a detener sus pasos; no quería y sin embargo necesitaba hacerlo para llenar de aire sus pulmones. Suspendió su andar. Entrecerró los ojos. Aspirando con fuerza arqueó la espalda y descansó las manos sobre las rodillas.

Así permaneció un rato mientras los recuerdos fluyeron. Regresó al primer momento, cuando se conocieran en aquella reunión de trabajo e intercambio de opiniones; desde el primer encuentro, sus ojos se buscaban indiscretamente, con una ansiedad que nada tenía que ver con los temas tratados.

Bebieron algunos tragos hasta que Sofía miró el reloj despidiéndose de la concurrencia. No podía abandonar la oportunidad, así que con desenfado ofreció llevarla, a lo que ella accedió complacida.

Se marcharon. En el camino que emprendieron sin rumbo, continuaban charlando como si se conocieran de siempre hasta encontrarse frente a frente, entrelazados los dedos, en la intimidad de un café discreto y a media luz. El tiempo parecía haberse colgado de la Luna, sus manos parecían tener imán.

Entre ese juego trémulo Sofía volvió a mirar el reloj sobresaltada, pidiéndole la llevara al sitio de la reunión en donde había dejado su auto. Era tardísimo. Intercambiaron teléfonos y direcciones electrónicas con la promesa de verse en otro momento.

Los días pasaron y Sofía recordaba con asombro lo ocurrido. Era todo tan extraño, tan ridículamente fascinante; jamás vivió algo parecido. Por alguna razón acaso ya trazada en el libro del Universo, se volvieron a encontrar y como la primera vez, sus ojos se buscaron con urgencia, aunque ahora al encontrarse las miradas, su corazón experimentó un sobresalto. 

Se despidieron con una nueva promesa de buscarse y apenas unas cuadras adelante, sonó su teléfono celular: “me encantó verte”.

El corazón latía con prisa. Las llamadas y charlas por Internet se hicieron tan cotidianas como el anochecer en que se encontraban, ahí, en ese espacio donde no cabía nadie más, en ese espacio en el que cuando no coincidían, la depresión la abrazaba con fuerza. “Quiero verte”, leyó una noche, “mañana paso por ti a las diez treinta”.

El insomnio hizo presa de Sofía. Se levantó más temprano dando inicio a su ritual: el baño primero, cremas, depilación perfecta, desodorante, perfume en cada rincón del cuerpo, las delicadas prendas. Quería lucir hermosa.

Conforme se acercaba la hora de la cita, fue presa de la zozobra. De pronto se encontró a su lado, enfilando fuera de la ciudad. Llegaron a esa casa discreta, acogedora. Se sentó en un sillón azul, de respaldo alto, confortable.

Sofía sintió la primera caricia en su cabello, e inexplicablemente su cuerpo fue sacudido por un temblor apenas perceptible que desapareciera al momento en que la fragilidad de los dos cuerpos se fundió en un abrazo tierno, igual que los besos. Las caricias todas fluyeron en oscura voluptuosidad y al final, otra vez el beso tierno, inocente, el profundo letargo. Las sensaciones nuevas.

El regreso fue en silencio, roto solamente por la despedida: “Cuídate. Nos vemos después”. Y así, sin promesas, sin más esperanzas que la de ese después incierto, acompañado de una pañoleta impregnada de sus perfumes, Sofía se alejó.

A la mañana siguiente, un mensaje en el celular “me encantó, lo sabes”. Le siguieron correos cada vez más esporádicos, “cómo estás linda, yo con mucho trabajo”.

Una semana, dos; tres meses y Sofía con la ansiedad del nuevo encuentro que no sucedía, la misma que la llevó aquella tarde, a la casa fuera de la ciudad. 

Abrió los ojos, continuando su camino. Sus pies se hundían entre la hojarasca húmeda por el rocío de esa tarde otoñal. Al acercarse a la puerta, se detuvo un momento, sólo unos segundos, como si “algo” pretendiera detenerla. Cruzó el umbral. Ahí estaba Laura, acariciando el rostro de una mujer que sonreía complaciente.

Sin pensarlo, Sofía tomó una estatuilla que se encontraba ahí, en algún rincón y con toda la rabia, le golpeó su cabeza. Laura se hundió en el oscuro espejo en que dormitan las imágenes.


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NORAILIANA ESPARZA MANDUJANO es originaria del D. F. (1967), pero radica en Ciudad Victoria. Egresada de la Facultad de Ciencias de la Educación, en la especialidad de Ciencias Sociales y Maestra en Comunicación Académica por la ENAED. Asistió a los talleres literarios de la maestra Graciela González Blackaller. Ha publicado en la revista Crisol Tamaulipeco del COBAT, en la revista de la UAT, en La Litera, en la página cibernética "Citla" y colaboró en las antologías Apuntes desde Victoria, Sueños al viento (C.C., 2010), Aquella voz que germina (Gobierno de Tamaulipas, 2010), Coyotes sin corazón (C.C., 2011) y Donde la piel canta (C.C., 2011). Se le concedió el Premio "Altaír Tejeda de Tamez" 2008 convocado por la SET, en el género de cuento.

3 comentarios:

  1. Oiga maestro sí tiene buena narrativa la loca de su amiga. Gracias por compartirla y ocupar su espacio con sus letras... :D

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  2. Sí, es buena. Hay que ver lo que piensan otros que no sean movidos por la amistad. Abrazos.

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  3. UUUUUUUUUUUUUCHIS, UN VEINTE DE CRÉDITOOO :( JAJAJA NO SE CREA, SU AMIGA CONOCE SUS LIMITANTES. ABRAZOS

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