El
hombre, un Dios cuando sueña;
un mendigo cuando piensa.
Friedrich
Hölderlin
Geografía del sueño es un poemario publicado en este año por el prolífico escritor Ramiro Rodríguez bajo el sello editorial ALJA. Consta de 37 poemas; todos ellos circunscritos, como lo indica el título, al tema de los sueños. Aquí, el lector se verá inmerso en un desfile de imágenes oníricas, donde la realidad es trastocada por la inconsciencia. El tono de los poemas es variopinto. En algunas ocasiones es nostálgico, en otras eufórico. En otras reflexivo, filosófico, en otras, hedonista, dionisiaco. Sin embargo, el tono se expresa a través de los prismas del sueño. El sueño es el que recrea, proyecta y trabaja con la realidad del hablante lírico.
El libro inicia con “Origen”, un poema que conduce al hundimiento de la voz poética hacia la geografía del sueño. Un hundimiento entre espejos interiores. Esta caída tiene un cierto propósito diegético. Así como en un inicio Alicia cae en la madriguera del conejo hacia el País de las maravillas, o el Altazor de Huidobro cae al fondo de sí mismo, la voz poética cae y cruza el límite de la vigilia. Y nosotros caemos junto con ella. Atravesamos una frontera que nos permite realizar el proceso de desconfiguración, del desaprendizaje, para internarnos hacia el abismo lingüístico y caer sobre la red de códigos particulares de la experiencia poética. A partir de aquí, entramos a un mundo surrealista. Treinta y siete estaciones vibrantes.
Sin lugar a duda, entre los temas que debía tocar el poemario era el del surrealismo. Esta vanguardia de principio del siglo XX tuvo una estrecha relación con la inconsciencia, con lo onírico. En Geografía del sueño hay un poema que lleva su nombre. Los primeros versos dicen así:
Hay estrellas verdes que vuelan
bajo el cielo, luciérnagas que se encienden
en los labios de la noche
(…) Un surrealismo de estrellas surca
el estío, entumece los ojos
en una especie de catarsis
(Rodríguez, 91)
No es gratuito que el poema
inicie con estrellas. Según Octavio Paz en su ensayo Estrella de tres puntas: el surrealismo, André Bretón consideraba
al lucero de la mañana, la estrella de Lucifer, como un símbolo del
surrealismo. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía.
El surrealismo es un ejercicio de la libertad del hombre, una rebelión contra la
sociedad racionalista y cristiana. (…) Una empresa revolucionaria que aspira a
transformar la realidad. (Paz, 121)
El poemario busca la libertad del
inconsciente. Arrancar lo coraza prosaica de las cosas y descubrir el espíritu
lírico. Más adelante, en el mismo poema, podemos ver el ejercicio de la
libertad.
No solo el universo
se desnuda en su catarsis ante los eventos
sobre las páginas; no solo el universo
tiembla como por un cataclismo,
palabras que se abren en el discurso.
(Rodríguez, 91-92)
Estos versos aluden al
ejercicio del cosmos proyectándose sobre el papel, usando como medio la mano de
la voz poética, como si esta fuera la mano de un títere. En el fondo, esta
actividad recuerda al de la escritura automática. Una técnica impulsada al
campo literario por André Bretón y por los surrealistas, que consiste en
escribir el fluir de la conciencia sin privaciones morales ni de ningún tipo.
En el ensayo referido anteriormente, Octavio Paz menciona que, para él, la
escritura automática es más una meta que un ejercicio. Lograr tal estado de
inconsciencia es una admirable utopía. En los versos de Ramiro hay un interés
metaliterario, una reflexión sobre el Universo que sostiene la pluma y escribe.
Es como si el hablante lírico abandonara su estado de vigilia y fuera poseído
por la voluntad del cosmos (por medio del sueño), para poder manifestarse en
escritura. La utopía total de la escritura automática.
Una de las características en varios
textos del poemario es retratar la localidad. El mismo Ramiro Rodríguez lo
señalaría en su propio decálogo del poeta: Honrarás al pueblo en el poema.
A diferencia de lo que podría pensarse, la localidad en la literatura no está
peleada con la universalidad. El doctor José Javier Villarreal, en una
conferencia, mencionó que los buenos poetas solían ser poetas locales. Y
pondría como ejemplo a Homero, quien sin lugar a dudas podría considerarse un
poeta local. Un poeta que trascendería fronteras geográficas y temporales desde
su aparente estrechez espacial.
Con relación a lo anterior tenemos el poema “Álbum de familia”. Este es uno de tono nostálgico, donde el hablante lírico está dormitando mientras contempla un retrato familiar. El sueño es el que le da vida a los personajes de la foto, el que los libera de la planicie de la imagen y les brinda cierta tridimensionalidad. El poema arranca con la progenitora, la matriarca, cuyo origen de dioses / es la falda de la Sierra Madre, / el follaje intenso de Sombreretillo. Versos más adelante diría: En sus ojos, el desvelo de madre / al cuidado de sus hijos en Nuevo Laredo. (26, Rodríguez) El mismo sueño confunde los contornos de la figura materna con el paisaje del origen, los territorios de la infancia.
Más adelante, el poema, tras un desfile de miembros familiares, concluye con José Luis, o mejor dicho, con su ausencia. Este solo aparece en los labios dulces de su madre. Según podemos suponer por los versos, José Luis se fue a probar mejor suerte en la mística ruptura del viento del norte, es decir, a Estados Unidos (teniendo en consideración que Nuevo Laredo es una ciudad fronteriza). Curioso que el poema termine con un exiliado, de alguien que abandona la geografía común.
En el poema “Desdoblamiento del sueño”, persiste el interés de retratar la geografía local. Encontramos, por ejemplo, que se recrean ciertos paisajes que tienen un valor muy personal para la voz poética. Aquí aparecen las carreteras de Tamaulipas, su flora y su topografía. Al igual que el poema anterior, el sueño confunde los contornos del paisaje, las emociones y los personajes. El sueño produce una experiencia sinestésica, donde las carreteras de Tamaulipas (vista) tienen las huellas de un amigo sobre el asfalto (tacto). O donde se extienden las conversaciones (oído) para enredarse en nogales viejos (tacto).
En su interés por escribir el pueblo,
hay poemas que se vuelven un paisaje onírico, como un cuadro hecho de versos.
Tenemos, por ejemplo, “Volcán”, un poema que, bien mirado, es como la pintura
de un pueblo sepultado por la ceniza volcánica. Por los referentes que arroja
el texto, podemos situarlo en la Meseta Purépecha. Siendo de esta forma,
estaríamos hablando del volcán Paricutín. Aquel volcán relativamente nuevo, que
nació en 1943 y que sepultó dos comunidades, el homónimo y el Parangaricutiro.
Es la lírica del sueño que da vida a la fosilización de aquellas
civilizaciones. Los versos dicen de esta forma:
Nos volvimos otros que nunca fuimos,
otros que copulaban con la memoria.
Nos regocijamos en la tragedia,
en el desastre, en el vientre verídico
de la historia.
(Rodríguez, 88)
Todo el poema es una recreación de una vida previa a la catástrofe.
Un punto imposible de no destacar es el
fenómeno de la metaliteratura en la poesía de Ramiro. Como bien se sabe, la
metaliteratura es la forma en que la literatura reflexiona sobre sí misma. Crea
la ilusión de traspasar la frontera diegética, lo que en el cine se considera
la cuarta pared. En el caso de Ramiro Rodríguez, su metaliteratura es un poco
más sutil, menos obvia. El doctor Adán Echeverría exploraría este rasgo con
mayor profundidad en su ensayo “Ramiro
Rodríguez: protagonista y protector de la palabra en el noreste de México”. Aquí
se expone que una gran parte del corpus literario de Ramiro hace una constante
referencia a la literatura misma, al oficio del escritor, al poema encarnado en
mujer. En palabras de Echeverría:
(…) dentro del recorrido por la obra del poeta, (…) los temas sobre los que el autor construye su propio universo es esa inmensa idea de servir y servirse de la palabra, de ser escritor a toda hora, de ser la reencarnación posible de uno de esos aedas, así como protector de la palabra. (Echeverría, 74)
En efecto. En muchos de los
poemas hay una apología subterránea de la literatura. Un amor, una pasión hacia
ella. No es casualidad que entre las palabras claves del poemario podamos
encontrar: hoja, página, palabra, tatuaje, tinta, discurso, libro. En el poema “Letargo”,
por ejemplo, nos habla sobre la sensación que indica el título. Los versos
dicen así:
Sentado bajo la sombra,
tocando la superficie
de un libro imaginario,
me desdoblo
como idea abstracta
que se arrincona
para que pase el sueño. (Rodríguez,
105)
Aquí, me parece que el hablante lírico se encuentra en un dificultoso momento de agrafía. Es decir, la dificultad de expresar sus ideas literarias y proyectarlas en el papel. La sombra es la oscuridad, la falta de lucidez. La superficie del libro imaginario es el ideal aún no alcanzado (la escritura), la idea abstracta arrinconada: la dificultad de expresarse. No por nada la última palabra del texto es silencio. “Letargo” es un poema bello y desconcertante, donde puede considerase el estado de la agrafía como el insomnio de los poetas, de los escritores.
El poema con que cierra el libro se titula “Geografía”. Este es un poema breve. Consta de doce versos. Es una pequeña condensación de la idea general del libro. Una reflexión en la que el sueño llena de vida, de lírica, la realidad. Los últimos versos son sentenciosos, demoledores. Si en un principio se menciona que todos los hombres están inmersos en la geografía personal de los sueños, hay aquellos que han extraviado su brújula interna, que se han perdido en los laberintos prosaicos de la realidad. Aquellos son (como lo diría el poema) los hombres de lengua petrificada en el polvo de los años. Considerando el punto de la metaliteratura en Ramiro Rodríguez, la condición de lo ágrafo vuelve a aparecer. Pero esta vez, traspasa las fronteras del oficio del escritor, y señala a los zombies cotidianos, a aquellos seres secos, incapaces de expresarse. Los muertos en vida.
Para finalizar, me parece oportuno mencionar una frase que aparece en un cuento de Enrique Vila Matas. Aquí, el narrador recuerda un mensaje escrito en el muro de un manicomio “Viajo para conocer mi geografía”. (Vila-Matas) La experiencia de la lectura podría considerarse como un viaje, una exploración hacia otros mundos, otras dimensiones. El poemario de Ramiro Rodríguez es un mundo onírico, lleno de paisajes extraordinarios. Cabe decir que uno no sale inmune de su lectura. Uno no cierra las tapas del libro y regresa a la rutina como si nada hubiera pasado. No. Su lírica tiene algo contagioso. Suministra de poesía la realidad. Su interés metaficcional va más allá de un simple juego literario, su estilo escapa de las páginas y uno empieza a ver la vida a través de los prismas del sueño. Reverdece los desiertos cotidianos. Ilumina la geografía interna, los países y continentes que tenemos dentro de nosotros.
Bibliografía
Echeverría, Adán. (2023). Introspectiva. Conversatorio sobre la obra de Ramiro Rodríguez. México: Catarsis Literaria
Paz, Octavio. (2008). Las palabras y los días una antología introductoria. México: Fondo de Cultura Económica
Rodríguez, Ramiro. (2024). Geografía del sueño. México: ALJA
Vila-Matas, E. (2010). Suicidios Ejemplares. España: Anagrama